Me intento consolar, pero no puedo

¡Dichoso Bayern! No hay duda: es un adoquín en el camino de nuestro fútbol, el eterno revientaglorias. Desde Schwarzenbeck hasta Toni, pasando por todos los que usted quiera enumerar. Anoche toda la tribu estaba frente al televisor, ilusionada por la repetición, una vez más, de la fábula de David y Goliath. Pero no siempre las cosas salen como se espera. Muchas veces gana Goliath. Ayer ocurrió, y con una cruelad infinita. Después de jugar 120 minutos con uno menos, después de salvar el duro golpe del empate al límite del tiempo reglamentario, después de adelantarnos por dos veces en la prórroga...

Pero el partido cuasiperfecto del Getafe hubo una laguna, y bien que siento consignarla aquí: la patochada inconcebible de Abbondanzieri, que desde ya ingresa en la relación de protagonistas de la historia negra de nuestro deporte. La santa chorrada para robar unos segundos en un saque de falta sin peligro dio paso al 3-2 y abrió un portillo a la esperanza del Bayern. Y al Bayern no se le puede dar la menor ocasión, porque se siente imbatible, y más ante equipos españoles. Sólo el Depor ha vencido ese maleficio. Madrid, Atlético, Barça, Valencia, han salido escaldados ante este enemigo histórico.

Ahora le ha tocado al Getafe, que se había convertido en la ilusión nacional. Y con el Rey en el palco y todo. Y en una noche difícil y hermosa, en la que la epopeya se hacía gigantesca por todo lo ocurrido. Me trato de consolar con el ejemplo de todos (menos el Pato), con el juego sabio del equipo, con la impecable lección de Casquero, con el recuerdo de esos dos maravillosos goles al empezar la prórroga. Me intento consolar con el recuerdo de todo lo que este Getafe es y significa, y con la idea de que volveremos a verle el miércoles en la final de Copa. Me intento consolar, pero no puedo.

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