El Fuego Sagrado viaja entre protestas

Londres fue un pandemónium. París también. El fuego olímpico, el Fuego Sagrado, viaja hoy según un itinerario caprichoso y comercial hacia San Francisco, donde le espera algo parecido. Por Madrid no va a pasar, lo digo de antemano, para que cada cual haga sus planes. A nosotros nos toca ver los telediarios, ver cómo ese supuesto heraldo de paz, esa inflamada propuesta de tregua sagrada se convierte en irritante tema de discordia. China aplasta la revuelta del Tíbet con las peores maneras al tiempo que ofrece su capital como punto de encuentro de la Humanidad para este verano. Y eso irrita.

Siendo así, ¿nos basta con este acoso a la llama olímpica? Y si no es así, ¿qué más podemos hacer? Pues acaso lo que sugiere Sarkozy: sabotear la ceremonia inaugural de los JJOO. Cada cuatro años, ese es el espectáculo más visto de la tierra a través de la televisión. Se trata de una ocasión formidable para que un país se muestre al mundo. Pues por eso mismo es una ocasión única para que la comunidad internacional muestre su repudio a un país donde aún ocurren cosas que hace años que repugnan a las sociedades avanzadas. Y para que dé la espalda a la ceremonia, negándole banderas y difusión televisiva.

El error fue conceder los JJOO a Pekín, dicen algunos. Pero no. Los JJOO sólo pueden influir para bien. Sin ellos, la opinión pública internacional no estaría tan al tanto de lo que ocurre en el Tíbet. Sin ellos, no se estarían produciendo estas muestras tan visibles de repudio a la llama olímpica. Sin ellos, la sociedad china estaría más aislada, menos consciente de cómo la ve el mundo, de cuál es su lugar y su papel en él. Aprovechemos los JJOO, como hicieron Tommy Smith y demás en México, para llamar la atención sobre el problema. Los JJOO nunca son parte del problema. Siempre son parte de la solución.

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