Villar y Cerezo: de postre, un merengue

Aquí y en las próximas tres páginas van unas fotos comprometedoras. Son las fotos de una peña futbolera, cuyos miembros son amigos, más allá de cualquier confesión. Son las fotos de una cuadrilla entre la que salió a relucir la camiseta del Madrid, que alguien sacó de quién sabe dónde y que, ya metidos en la juerga, tanto Cerezo, presidente del Atlético de Madrid, como Villar, que lo es de la Real Federación Española de Fútbol, acogieron con simpatía. Sólo que uno de ellos se limitó a posar con la camiseta, posible imprudencia. Pero el otro se la puso, lo que eleva el problema al cuadrado.

Porque no es lo mismo fotografiarse con tal o cual camiseta, lo que se puede considerar como simple cortesía, que embutirse en ella, envolver todo el ser propio en los colores de tal equipo. Una cosa es coger la camiseta y mostrarla al fotógrafo, sin mayores afanes de compromiso, como se muestra el capote a la vaquilla, y otra ponérsela, en acto de militancia, un ¡aquí estoy yo!, un testimonio mudo, pero visible, de fe en una determinada manera de ser, de estar. Testimonio de madridismo, en este caso. Eso hizo Villar, y no debió hacerlo. Esta es la hora en la que no sé por qué lo hizo. Pero debió evitarlo.

Fue una fiesta futbolera en la noche del martes, que tuvo su único y escaso reflejo en la última edición madrileña de AS, que cerramos cerca de las dos de la madrugada. No hubo tiempo para mejor desarrollo de la noticia. Hoy, sí. Esa foto, ya conocida, y las demás están aquí, en este ejemplar. Usted las ve. Fútbol, amigos, camiseta blanca, confianza, ingenuidad... Que cada uno lo vea como prefiera. Cerezo cogió la camiseta blanca, Villar se la puso. Dos actos ingenuos, quizá, sólo que nuestro encanallado fútbol no admite ingenuidades así como así. Conclusión: hay que guardar las apariencias.

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