Totti, Raúl, Maldini, Puyol, Giggs...

Hablaba Totti ayer de Raúl y lo hacía con enorme elogio: "Es un escándalo que no sea Balón de Oro", decía. Enorme devoción, quizá excesiva, porque somos muchos los que pensamos que Raúl es un prodigio de eficacia y de continuidad, además un ejemplo moral, pero que está un escalón por debajo de los verdaderamente grandes, a muchos de los cuales hemos visto aquí de cerca en los últimos años, bien en el Madrid, bien en el Barça. Pero Totti valora en Raúl algo que él mismo siente porque lo vive en sus carnes: la dificultad de enamorar año tras año a la misma afición, sin sufrir rechazo.

Como industria del espectáculo que es, el fútbol agradece las novedades. No basta con trabajar bien y jugar bien: conviene sorprender. Como un torero, un futbolista sufre el riesgo de que la gente le encuentre "muy visto". Después de seis, ocho, diez temporadas, ¿qué se puede esperar de un torero que no se haya visto antes? Lo mismo puede decirse de un futbolista. El público, incluso el más adicto, tiende a impacientarse, se hace desagradecido y añora la novedad, el chico de la cantera que viene, el fichaje joven, algo que sacuda su ánimo, que le permita imaginar cosas nuevas, algo que cambie el equipo.

Unos pocos saltan esa barrera. Uno es Totti, al que le ha tenido que costar lo suyo en Roma. Por eso admira a Raúl, que ahí sigue, superada la época de los galácticos. Ellos, Maldini, Puyol, Giggs... Hombres de un solo club, 'one club men', como dicen los ingleses, que valoran eso. Al mérito de todo futbolista longevo añaden ese otro: no tienen que andar saltando de aquí para allá, renovando el interés de los públicos, que les acogen siempre con ilusión, para abandonarles después con indiferencia. Al contrario, estos portan el secreto de la lealtad mutua, unidos a su afición hasta que la retirada los separe. Me gusta.

Lo más visto

Más noticias