Los atléticos nos queremos

Bendita gripe que me salvó. Por la misma vi el partido del Getafe entre cataplasmas. Si esa tarde me da el ataque machote, que a punto estuvo, me calzo la bufanda, me planto en mi lugar y asisto luego al combate, paso directamente de lateral primer anfiteatro a la UCI. Todavía no sé cómo nos salvamos; esto sucede el año pasado y si salimos con un empate vamos dando aplausos con las orejas. Ahora, lo único malo es que el corazón se nos resiente. Pero en eso estamos entrenados. Nuestro corazón es grande. La mejor definición de tanta calidad cordial me la dio el domingo un colchonero de La Mota del Cuervo. Ya estaban junto al Calderón los que vienen del pueblo y desde allí me llamó Rafa Peñalver, mi camarada. Me hablaba de la columna que apareció ese día y me pasó a Chin. Tremendo. Chin dijo: "Los atléticos nos queremos".

Eso es. Lo ha clavado. Cómo si no, me siento amigo de alguien de quién no recuerdo el nombre. Me lo habían puesto al teléfono, no recuerdo si es Pedro o es Andrés. Pero me emocionó sentir exactamente, vibrar exactamente, no querer que la conversación concluyera, escuchar su reclamo de la historia y como en su tierra lejana vivía el Aleti. Claro que mi amigo compensa toda distancia con el encanto del sitio desde donde hablaba: Salinas, un ángulo que rompe la belleza nata de Asturias y la vuelve imposible, no cabe más. Su playa, además, tiene la singularidad de que en las tardes de orbayu hay partidos de fútbol en los que un aristócrata del lugar, llamado Julio Noble, presta gayumbos usados a los jugadores. Para lo nuestro el sitio, La Mota o Salinas, tanto da: Con Pedro, o Andrés, hablé cinco minutos, jamás nos vimos, no volví a saber de él, olvidé el nombre, pero da igual: es mi amigo. Del Aleti. Él, y todos los atléticos, cuando estamos tristes pensamos en Neptuno y vuelve la alegría. Las calles de Madrid volcadas en nuestra plaza y nosotros dentro. Si nuestros futbolistas pudieran sentir eso antes de cada partido, iríamos tres veces este año.

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