Lo que significó la quiniela para el fútbol

Ha cumplido sesenta años con buena salud, pero su protagonismo ya no es igual al de otros tiempos. Entre el cuponazo, la bonoloto, los bingos, las apuestas por internet y demás, la vieja quiniela se ha ido diluyendo. Pero su obra está ahí: fue, y es bueno recordarlo, la gran hormona de crecimiento del fútbol español, quizá el factor más decisivo para ese enorme estallido que viene de los cincuenta y aún no ha acabado. Con la quiniela el fútbol saltó, de los viejos aficionados de pelo en pecho y voz retumbante en la barra del bar, a todo el mundo. Porque ofrecía escape a las penurias de una época dura.

Y así, hombres y mujeres que nunca se habían interesado por el fútbol, que nunca habían contemplado la sobria geometría de cal sobre el césped, empezaron a volcarse en lo que ocurría en esos campos de Dios en los que estaba en juego el uno, la equis o el dos de su boleto. Y tras el boleto llegó Carrusel Deportivo, el programa de la tarde del domingo que juntaba a las familias en torno a la radio, pendientes de ese gol del Valladolid que si entra nos hará tener un resultado más. Los futbolistas no tenían rostro, ni los equipos colores. Sólo eran sonido. Pero decidían el destino de las familias con sus goles.

Pocos se enriquecieron, pero todos, antes o después, compramos ilusiones a bajo precio. Ilusiones que duraban sólo tres o cuatro días, pero que se podían renovar, de nuevo a bajo coste, semana tras semana. El fútbol empezó a ser de todos, y todos quisimos ser Gabino, aquel agricultor de no recuerdo qué pueblo de Valladolid que se llevó treinta millones cuando las pesetas valían lo que hoy los euros, o casi. Luego supe que el dinero se le fue como le vino, y que rechaza la fama que aquello le otorgó. Será que es cierto eso de que el dinero no da la felicidad. Lo que de verdad da la felicidad es el fútbol.

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