Un encuentro inolvidable en Mundaka

Los ojos grises de Iriondo se humedecen al contemplar la foto, enmarcada en plata, de aquella célebre delantera: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. "¡Qué pena me da verlos ahí!". Iriondo es el único vivo de aquella delantera, y eso que era el mayor. Pronto cumplirá 88 años. "Donde esté usted están los cinco", le digo, y se anima de nuevo: "Quiero vivir para ver hasta dónde llega un nieto mío que juega de maravilla. Ahora tiene ocho años...". El encuentro es en Mundaka, en la galería del Casino, con buen pescado en la mesa y la célebre ola ahí abajo, cabalgada por surfistas de todas partes.

Desde luego, tiene vida por delante, porque está fenomenal. Y eso que ha pasado mucho: tres años de guerra en los que sobrevivió al bombardeo de Gernika (su ciudad natal) el frente de Teruel. Y luego la mili con los nacionales, en África, hasta que el Athletic tiró de él. Después, los años de gloria en la delantera mítica, que acabaron cuando Arteche llegó empujando. Con la baja se fue a la Real, y en el primer clásico le marcó dos goles a su Athletic y ganó el partido. Luego muchos años como entrenador: Zaragoza, Español, Betis, Athletic, por supuesto... Dos ascensos. Y con el Betis, la Copa. Ante el Athletic.

Hoy vive tranquilo, viendo crecer a sus nietos y disfrutando con el jugón. Escucha a Manolete en El Larguero, se lee este periódico de cabo a rabo y cruza los dedos confiando en que alguien en el Athletic dé con la tecla. Cada poco nos interrumpe algún paisano, remeros o pelotaris, tipos duros y nudosos como robles, que cruzan unas palabras amables con él. El viejo Athletic late en todas las conversaciones. Ese viejo y querido club que hunde sus raíces en lo más profundo de la tierra vasca. Iriondo cumplió en su época, como sus compañeros. De ahí su paz interior. Ojalá los de ahora cumplan igual.

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