La euforia por la final, el dolor por Gasol

Acaba de terminar el partido. La euforia por la final alcanzada contrasta con el dolor que nos produce ver al héroe lloroso, en brazos de sus compañeros. Un partido terrible, en el que los dos equipos extrajeron de su fondo hasta el último gramo de energía, resuelto felizmente para el grupo de Pepu al que ya coronamos de laureles por habernos traído hasta aquí. La plata ya será un mal menor, en el peor de los casos. El magnífico juego de España lució una vez más en un partido que confirmó lo que ya veníamos suponiendo días atrás: que este es un equipo largo, no un equipo de seis o siete. Es todo un equipo.

Porque Navarro y Calderón no tuvieron un buen día, pero se salvó el bache gracias a Sergio Rodríguez (soberbio, su primer gran partido en estos niveles) y a Rudy Fernández. Y porque todo el grupo sabe juntarse, luchar y sufrir. Y porque tuvo flema para aguantar el juego duro, canchero, tan propicio a romper los nervios del contrario, de Argentina. Ante eso, España fue dueña de su propia intensidad, que no malgastó en reyertas, sino que la aplicó a la lucha dura por el balón, sin aceptar la invitación a distraerse. Fue una batalla hermosa, después de tanto partido que resultó fácil por la extrema calidad del equipo.

Al final tanta guerra nos costó una baja, la más importante: Gasol. De la cancha fue a la clínica. Allí ya era de noche. El parte oficial no va en este periódico, porque no lo había a la hora del cierre. Pero todas las impresiones eran demoledoramente pesimistas: habrá que jugar la final sin él. Gasol es el jugador más importante de largo en esta selección, pero junto a él hay un equipo largo, fuerte, corajudo, cargado de calidad, que ha recuperado a Felipe Reyes, que ha descubierto a su hermano Marc, que acaba de asistir al feliz estallido de Sergio Rodríguez... El rival es Grecia, no Estados Unidos. La final está abierta.

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