La discreta retirada de Julen Guerrero

De repente se nos marcha Julen Guerrero. Un jugador singular. Recuerdo sus primeros años, cuando yo trabajaba en Canal +. Julen era una figura de El Día Después, porque era una especie de beatle bilbaíno. Las adolescentes de toda España esperaban la llegada del Athletic en la estación, en el aeropuerto, en las puertas de los hoteles, y tenían esos característicos ataques de histeria ante su presencia. Bello, rubio, pecoso, formal, singular. Y buen jugador. Tocaba, acompañaba la jugada bien, y sobre todo veía el resquicio, se lanzaba por él como una flecha y marcaba goles con facilidad.

Hacía goles llegando de atrás casi siempre. También esperando en el área los centros a balón parado, las faltas, los corners. Mendoza quiso ficharlo para el Madrid y la cosa estuvo ahí, ahí, pero finalmente el padre no se decidió. Sabía que su hijo era un símbolo para el Athletic, y que su paso al Real Madrid hubiera sido visto como una ofensa a un viejo, querido y sagrado club. Se quedó allí y el Athletic se lo compensó con un contrato descomunal para la estatura económica de la casa. Muchísimo dinero, muchísima duración. Hasta el 2007. Ahora Guerrero lo deja. Se dedicará a entrenar.

Hace bien. Lleva años que apenas juega. Con un entrenador, con el otro, con el otro, con el otro... Al principio nos preguntábamos qué pasaba con Guerrero. Hace tiempo que ya ni nos lo preguntamos. Perdió esa puntita de velocidad que le ayudaba en sus llegadas y se quedó en mucho menos. Especialista en llegar y matar, cuando empezó a llegar un poquito más tarde dejó de matar. Durante años ha buscado en vano el tempo perdido. Se va discretamente y eso le engrandece. Pasarán los años, se olvidarán las temporadas malas y quedará el recuerdo de las buenas. Y el de este digno y discreto final.

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