La carrera perfecta y el partido heroico

Había miedo a los Ferrari, un miedo que hundía sus raíces en el viejo y bien ganado prestigio de la marca, en el aire de infalibilidad alemana de Schumacher, en su vuelta a la competitividad tras una temporada sabática en la que todos llegamos a creer que podíamos olvidarnos de ellos, que el enemigo sería Raikkonen. Había miedo por las dos victorias consecutivas de Schumi, que nos mostró en ambos casos, con sus brincos eufóricos, que sigue inundado de ilusión. Había miedo, pero Alonso lo espantó con una carrera perfecta con una actuación inatacable, inobjetable. Para poner a pensar a Schumi.

Alonso es la gran cara feliz de un deporte español que vive días pletóricos. Antes de Alonso, los motoristas dieron una exhibición en China. Bautista se tuvo que conformar con un peleadísimo tercer puesto, pero que le deja líder. Y tras él ganaron Barberá y Pedrosa. (Ver a este cabalgar su enorme moto me sugiere la idea de un picabueyes mandón y decidido que se ha apoderado de la voluntad del búfalo sobre el que monta). Y Rossi, por cierto, más atrás que nunca. Quizá se ha distraído demasiado con la Fórmula 1 (y con desafíos extravagantes a los que Alonso hace oídos sordos) y ahora lo paga.

Y por fin Nadal. Lo suyo no tuvo nada que ver con la fría eficiencia de Alonso, con ese alarde de perfección continuada. Lo suyo fue pasión, fuego, lucha desde el fondo de la cuesta contra un tenista superior, que jugó como mejor no sabe ni sabrá hacerlo, pero que tuvo que inclinarse una vez más ante el mallorquín. Es otra forma de ganar, a fuerza de puro ánimo, transmitiendo la sensación de que lo que está en juego no es un partido de tenis, sino la vida. En fin, un domingo inolvidable, de cuya magia espero que se traslade algo a los elegidos para el Mundial, que Luis comunica hoy. Porque ya va tocando...

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