Un Sevilla con las medias negras...

Hoy todos somos del Sevilla. Todos menos los béticos, y eso hay que disculparlo, porque una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas. Pero todos los demás sí lo somos, aun los que miramos con simpatía a ese Betis que acaba de sufrir el cierre intempestivo de su campo, con todo lo que ha llovido en otros. Habrá que volver sobre el tema, pero no hoy, que es el día en que el Sevilla se da el gustazo de jugar una final europea, la primera de su historia, después de una bárbara campaña en la que ha hecho honor a su centenario. Club clásico, club de campanillas, viejo depósito de emociones y alegrías colectivas.

Esta noche es sólo para él, para el Sevilla. Bajo las candilejas, en el corazón de Europa, frente a un áspero rival inglés. Ahí hará falta echar el resto para dar sentido a tanto acierto anterior, a tanto buen fichaje, a tanto traspaso gordo para tener la casa en orden, a tanto sacrificio y tanto buen juego, a tantas y tantas paradas de Palop, a aquel siniestro viaje al frío inhumano de San Petersburgo. Esta noche va en serio. Por eso el Sevilla vuelve a las medias negras, las que llevó en sus títulos anteriores: los de Copa de España en 1935, 1939 y 1948, y el de Liga en 1946. Una apelación a los buenos viejos tiempos.

Es admirable este Sevilla. Cuando uno recuerda cómo lo tomó Del Nido, no puede por menos de admirar la transformación. Han sido años de paciencia, de trabajar bien, de fichar barato y vender caro, de fiarse de lo fiable, de desconfiar de lo fútil. Un equipo se hace así: acertando y acertando, siguiendo una idea, creando las condiciones para que el tiempo trabaje a favor de esa idea. Eso es lo que ha llevado al Sevilla hasta Eindhoven y eso es lo que nos va a sentar a todos hoy ante el televisor, dispuestos a vivir la suerte de los sevillistas como propia. Dispuestos a cantar su título a pleno pulmón.

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