Hoy habrá tortas por una entrada

Se despide Zidane. No del fútbol, pero sí del Bernabéu. Aún podremos verle en el Mundial, pero a través del filtro catódico de la televisión. El que quiera verle, lo que se dice verle, tendrá que acudir esta tarde al Bernabéu, y de ahí el llenazo que se anuncia. No es para menos. La historia explica que cuando se despidió Lagartijo en la plaza de Madrid, un jueves del Corpus Christie, el arzobispotuvo que adelantar la procesión a la mañana porque toda la ciudad (supongo que él mismo, y seguro que todos los dignatarios) quería estar en la plaza. Así me imagino yo esta tarde, con tortas por una entrada.

Su marcha, justo veinticuatro horas después de que el Barça levantara el trofeo de la Liga tras la enésima exhibición de Ronaldinho, expresa el fin de una época. Antes que él se fueron Figo y el propio presidente, Florentino. A Ronaldo y a Beckham les queda lo que les quede, pero el periodo galáctico hace tiempo que murió. Murió de su propia gloria, murió por el efecto del tiempo en sus estrellas, murió porque, como dice Valdano, Florentino le perdió la cara a la plantilla, murió porque el grupo cayó en la vanidad y en la molicie, y murió porque el Barça se puso a hacer las cosas bien y cundió la desesperación.

Murió, sí, pero fue hermoso. La aventura de juntar a tan grandes jugadores prendió una llama de ilusión como no se había vivido en el fútbol de este país desde finales de los cincuenta, y produjo tardes-noches de espectáculo sin igual. Fueron varios, todos muy buenos, pero uno se distinguía entre los demás por su elegancia de patinador, por su dominio técnico, por su sabiduría. Su gol en Glasgow es el icono de esa época fugaz. Ahora le pesan los años y los partidos y tiene la decencia torera de renunciar a un contrato firmado porque no quiere cobrar un dinero que no cree merecer. Un último hermoso ejemplo.

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