No es fútbol pero nos gusta

Está visto: las visitas del Madrid a Pamplona arrojan partidos especiales, porque nada ni nadie se moviliza tanto como Osasuna en estas ocasiones. Su empeño en ganar al Madrid es tal que se olvida del fútbol. Y la única manera que tiene el Madrid de salvar el compromiso es olvidarse también. Así lo que presenciamos ayer, una vez más, fue un partido apasionado, de entrega al límite, pierna dura, codazos, desafíos y ritmo agotador. Un espectáculo apasionante que linda con el fútbol, pero que no es exactamente fútbol, aunque se le parezca en algunas cosas. Pero se ha convertido en un clásico y gusta.

Ganó el Madrid, sí, porque Casillas paró su penalti y Baptista marcó el suyo. Podría haber sido al revés, porque todo el partido fue una tormenta, un sálvese quien pueda, una trepidante lucha en la que todos jugaban al borde del ataque de nervios, pero sin incurrir en él. En medio de todo, Daudén que, para lo que es, bastante se defendió, aunque estropeó su partido al no expulsar a Moha por la tremenda entrada sobre Baptista, ya muy al final. Una omisión sin consecuencias, porque el partido moría, pero que deja en mal lugar su rigor para con Casillas y con Ambriz, el segundo de Aguirre.

Actitud grandiosa decía López Caro hace unos días al hablar de su equipo, en ocasión inoportuna. Ayer sí merecía ese elogio el equipo, que se las apañó para sacar de la única manera posible tres puntos que le ponen de momento a buen resguardo del Celta, a cuyo alcance sí queda Osasuna. Y dos apuntes finales. En un partido así de infernal no sé qué pintaba Jurado, al que López Caro arrojó porque sí en medio de la tempestad. Mal cambio. Y el otro: ¿puede Diego López estar en el banquillo con las botas desatadas? ¿Para qué piensa que le llevan de viaje, para conocer España?

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