Una caída con orgullo pero sin fútbol

El Madrid agita el pañuelo desde el andén para despedir al Barça y al Villarreal. Él no ha podido subirse al tren de cuartos tras el empate a cero en Highbury. Partido equívoco, con toboganes, que el Madrid empezó muy bien y acabó a la heroica, pero que en su hora central no controló. Partido equívoco desde la alineación, en la que López Caro apeló a la vieja guardia, quién sabe si en busca de entereza y experiencia o en un pacto salomónico entre las fuerzas enfrentadas. Jugaron Ronaldo y Raúl, pero ninguno de los dos añadió mayor gloria a su carrera. Raúl al menos rozó muy seriamente el gol en una doble ocasión. Ronaldo...

Ronaldo no estaba a punto, fue evidente. Su abandono empieza a pasarle factura ahora. Ronaldo ha sido un jugador extraordinario, el mejor delantero del mundo hasta hace poco. Se apoyaba para ello en su tremenda arrancada, en su velocidad sostenida y en su facilidad para quitarse los porteros de delante. Pero ni la arrancada ni la velocidad sostenida son las mismas, así que ya no saluda a los porteros, salvo en algún inseguro remate de cabeza. Respecto a Raúl, es todo voluntad, como siempre, pero tras una lesión larga que viene a complicar su conocida decadencia, tampoco estaba para grandes cosas. Queda la duda de qué hubiera ocurrido con otros.

En fin, que aquí rinden viaje los galácticos. Ofrecieron un bonito primer cuarto de hora, recuerdo de los buenos viejos tiempos, en los que el Arsenal llegó a ponerse nervioso. Y en el último cuarto de hora hubo un arrebato de orgullo, una hermosa rebeldía contra esa eliminación que estaba escrita de antemano en el libro de sus vidas. Eso fue todo. Lo demás fue Henry, dueño de la escena, casi arrogante en su superioridad, las galopadas del incansable Hled, el manejo de Cesc. Con eso pilló el Arsenal el tren. El Madrid tiene que empezar de nuevo, con otros. Llega la hora de Fernando Martín, que tiene mucho, pero que mucho trabajo.

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