Fino estilista gana, duro fajador pierde

Fino estilista contra duro fajador. Así solían titular los carteles de boxeo en la época clásica. Alguien que sabe mucho de eso me contaba que la costumbre nació en los tiempos de Jack Dempsey, El Martillador de Manassa, una mala bestia, y sus sucesivos duelos contra Georges Carpentier (El Boxeador de la Orquídea) y luego Gene Tunney, un estilista famoso por su buena biblioteca, su colección de discos de música de cámara y sus amistades en la alta sociedad. El contraste entre Dempsey y sus dos sucesivos oponentes (al primero le ganó, el segundo le destronó) dejó para la posteridad el debate sobre duros fajadores y finos estilistas.

En eso pensaba yo anoche cuando empezaba el partido de Stamford Bridge. Nadie en fútbol puede encarnar hoy mejor la figura del duro fajador como ese Chelsea militarizado de Mourinho, que pega con los dientes apretados, igual que nadie puede encarnar el de fino estilista como este Barça de Ronaldinho, Messi, Etoo y compañía, que bien podrían jugar con una orquídea en el ojal. Y la película (al menos en su primera mitad) acabó bien. Ganó el fino estilista gracias a su boxeo en línea, su precisión en el golpeo, su capacidad para entrar y salir de la distancia, para hacer que los furiosos puños del rival golpearan el aire.

El partido lo compendió la jugada de Messi en el corner. Esquivó una entrada asesina y al salir de ella, con el balón por el suelo, Del Horno le llegó como un avión buscándole la rodilla con saña homicida. Messi, más listo que un conejo, saltó y salvó la rótula, que en caso contrario hubiera acabado en la fila quince. Del Horno vio la roja, algunos se extrañaron, y yo me extrañé de que pudieran extrañarse. Su furia no merecía más premio que el calabozo, la habilidad de Messi merecía la victoria. Fue el jugador del partido como esa fue la jugada del partido, compendio de lo que cada equipo sabía y pretendía. Ganó el fino estilista. Como debe ser.

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