El fútbol como juguete de un señor rico

Dijo el jueves por la noche Oliva en El Larguero que las alineaciones las hacía él y a la mañana siguiente ya estaba cesado. Me dicen los que saben que Piterman quería presentar a su equipo en el Bernabéu con un 4-3-3, con Nené en punta, "para lucirlo en el mercado" mientras que el plan de Oliva era un 4-4-2. No hubo acuerdo, así que a la calle. Aquí mando yo, que soy el dueño. De nada le ha servido a Oliva que desde su llegada el Alavés haya ganado diez puntos en cinco partidos y que ya flote por encima de los puestos de descenso. Era el tercer entrenador del Alavés en la temporada. El que comparezca en el Bernabéu será el cuarto.

Nadie puede negar al dueño de su empresa que controle su funcionamiento hasta los límites que crea necesario. Pero a todo el mundo le son exigibles unos niveles de respeto y de buen gusto. Respeto por los profesionales de este bello juego, respeto por sociedades centenarias o casi, como el Racing o el Alavés, depósitos de un sentimiento colectivo muy metido en la entraña de sus ciudades. La forma en que se conduce Piterman respondería sobre el papel a una fría lógica capitalista, pero en la realidad no es más que una borde torpeza que humilla a los profesionales (jugadores y entrenadores en tránsito) y avergüenza a la afición.

Pero así son las cosas, y el Alavés de Ciriaco, Quincoces y Regueiro, el Alavés de Valdano y Señor, el Alavés de aquel pink-team que hizo recientes proezas en la Copa de la UEFA es ahora el juguete privado de este extravagante señor que se sentará en el banquillo del Bernabéu con una figura de trapo al lado cuya misión será hacer como que hace de entrenador. Un pobre hombre al que no hay que culparle demasiado. Cada cual se gana la vida como puede y se hace las ilusiones que quiere. Y un consuelo: peor sería que a Piterman le hubiera dado, en vez de por los equipos, por las compañías aéreas, y que pretendiera suplantar a los pilotos.

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