La Copa asoma orgullosa la cabeza

Entre tantas pasiones urgentes (el inminente sorteo del Mundial, el cierre de la fase de grupo de la Champions, el terremoto incesante del Madrid) la Copa asoma de repente la cabeza. Ayer fue el sorteo. Este año se ha retocado la fórmula, para complacer a los grandes. Se ha retocado sobre la marcha, con la competición ya en marcha, algo a todas luces inaceptable. Se buscaba hacer la vida más cómoda a los equipos que juegan en Europa, que hasta ayer mismo no entraron en el bombo. Ya fue así tiempo atrás, luego se cambió, ahora se vuelve. La Copa sufre vaivenes en su estructura y busca fechas por donde puede. Es lo que hay.

Pero es la Copa y de repente en Zamora están felices porque sus afanes ante la Real y el Éibar tienen ahora compensación con la visita del Barça, para la que se engalanará el Duero en la antevíspera de Reyes. Y de repente el Valencia se ve obligado a pasar examen ante el Villarreal, ese insolente que acaba de ganar el grupo correspondiente de la Champions y reclama, ya con carácter estable, la condición de abanderado futbolístico de la Comunidad Valenciana. Y de repente dos clásicos en apuros, Athletic y Madrid, se ven arrojados el uno contra otro en una competición que sugiere, al final del túnel, una hermosa escapatoria a sus miserias.

Y más, y más, y más, y más... Es la Copa, con la que no puede nadie. Viene del fondo de los tiempos, preserva un fútbol íntegro, de todo o nada, a partido y revancha, sin cuentas que echar ni tiempo para enmendar errores. Una indiferencia insensata nos lleva a olvidarnos de esta competición, absorbidos por la Liga y la Champions. Pero su dureza mineral la hace impermeable al olvido y le permite resistir ahí, a la espera de las contadas fechas, como la de ayer, que aún se le dedican. Entonces nos recuerda que hay otro fútbol que ofrece unas emociones puras y distintas de las que no sabemos prescindir, aunque creamos que sí.

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