Alonso grita su rabia al mundo

Fue a las 20:33. El coche de Alonso pasó tercero por la línea de meta, tras las flechas de plata, delante de Michael Schumacher, el campeón destronado, al que el destino reservó ese papel simbólico de escolta del nuevo campeón. Todos respiramos por fin porque la mecánica de última generación también la carga el diablo y en este país tan futbolero todos sabemos, porque lo pregonó Molowny, que hasta el minuto noventa nada está decidido. Todos respiramos, el Rey descruzó los dedos y Alonso se bajó del coche y gritó su rabia al mundo. La rabia contenida de un muchacho que ha luchado mucho por alcanzar ese sueño. ¡Toma, toma y toma!

Respetemos su rabia, gritada desde la cima a los cuatro vientos. Es verdad que sólo el feroz empeño de su padre más el talento y la capacidad de superación descomunales que atesora le han permitido llegar hasta ahí. En un deporte nuevo en España, prácticamente desconocido, ha sido pionero y ha sufrido como tal. Todos esos con los que compite han tenido posiblemente un camino más fácil, más tutelado, con más ayuda oficial, sin tantas renuncias, sin tantos riesgos de que si un solo año las cosas no salen óptimamente te toque apearte del tren y verlo partir, cargado de otros que valen menos, pero que han tenido mejores padrinos.

Esa es la rabia que ayer se le escapaba por las costuras de su traje ignífugo. Pero debe saber que no ha sido el primero que ha recorrido un camino así para llegar a lo más alto. A los clásicos, el suyo nos recuerda el caso de Bahamontes, que se hizo ciclista cargando frutas, o de Santana, de recogepelotas a campeón, o de Ballesteros, ese caddie que vistió chaqueta verde... Claro que son otros tiempos y que el país es otro. Pero a él le ha tocado abrir zanja, como hicieron aquéllos. Porque conocimos sus dificultades les quisimos y les querremos más. Como a Alonso, que nos ha dado una satisfacción nueva, desconocida, inmensa. Gracias, campeón.

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