Los que tienen claro cómo equivocarse

Vayamos por partes, que el partido del Bernabéu dejó muchísimo. Robinho, fenomenal. Inventa, lucha, crea peligro, moviliza el ataque. El funcionamiento del Madrid, mal. El cuadrado mágico no es cuadrado ni es mágico, ni es rombo ni es nada. Es un desorden del que de cuando en cuando salen destellos de ese grupo de magníficos jugadores que tiene el Madrid. Enfrente, el Celta sí es un equipo, y hasta un buen equipo, por lo que se vio ayer. Sufrió a ratos ante la avalancha de ímpetu del Madrid, pero no se desordenó. Y se desplegó frecuentemente con soltura y buen juego, en busca de sus oportunidades. Que las tuvo y las aprovechó.

Dicho todo esto, no se puede obviar que el partido lo decidió un gol que no fue. Y que Robinho marcó otro, en jugada en la que Ronaldo habitó en fuera de juego, pero no llegó a tocar el balón. No hay discusión sobre la primera jugada. No entró y punto. Sí sobre la segunda. Para los clásicos, entre los que me cuento, eso es fuera de juego, porque Ronaldo está activo, pretendiendo jugar. Pero ha habido suficientes indicaciones a los árbitros en el sentido de que dejen seguir esas jugadas (FIFA y UEFA han llegado a recomendar lo contrario una que otra) que se han sembrado dudas entre aficionados y jugadores. Y Robinho reclama su gol.

Las dudas, ahí está el meollo, en las dudas. ¿Qué hacer cuando el balón quizá haya entrado, quizá no? ¿Qué hacer en una jugada liosa, más liada por la acumulación de interpretaciones? Muy sencillo: lo que más pueda complacerles a Sánchez Arminio y a Villar, que son los que me hacen internacional o no, los que me dan prebendas o me las quitan. Y en estos tiempos de una Federación que cambia estatutos a favor del Barça para cosas grandes o pequeñas (desde el cierre del Camp Nou a los papeles de Messi), en estos tiempos en que Sánchez Arminio les arenga contra el Madrid, los árbitros tienen bien claro cómo equivocarse.

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