Seis minutos contra ciento catorce

Un gol en el primer minuto. Tres a cero en el descanso. Enfrente, un equipo glorioso, que empieza en el portero de la selección de Brasil y termina en el Balón de Oro. ¿Hay equipo en la tierra capaz de no afligirse en un momento así? Antes del partido hubiera jurado que no, pero resulta que sí, que hay uno: el Liverpool. El Liverpool de Bill Shankly, el Liverpool de nuestro querido Michael Robinson, el Liverpool de Carragher y Gerrard. El Liverpool de Rafa Benítez, Xabi Alonso, Luis García y demás tropilla de españoles. Un equipo inferior en talento a la Juve, al Chelsea y al Milán, pero que los ha liquidado a los tres.

Fueron seis minutos de ajustar cuentas con la propia historia. Seis minutos de vendaval rojo para drenar esa diferencia que parecía inalcanzable, para desatar los cánticos, para clavar a toda Europa ante el televisor, admirada por esa gesta imposible. Los restantes 114 minutos fueron del Milán, superior en juego y, como todo grande, apoyadito en el árbitro. Mejuto se rajó ante la mano de Nesta, que quita el balón del pie a Luis García, y nunca sabrá explicar por qué no echó a Gattuso en el penalti. ¿Qué es ocasión manifiesta de gol? Pero el Liverpool estaba anoche dispuesto a pasar por encima de todo. Lo dijo Robin: juega por una causa.

En los penaltis sí que hubiera apostado ya por el Liverpool. No los habían ensayado porque, como dijo Benítez, sobre cuya figura habré de volver, esos penaltis no son un golpe de técnica, sino de seguridad, de aplomo. Y a ese trance llega desinflado el que se ha visto ganador antes, y el Milán se había visto ganador dos veces: con el 3-0 y con su superioridad en la prórroga. Al jugarse la copa en los penaltis sus piernas se hicieron de plomo. Las de los reds, no. Estaban lanzados, transportados por ese viento de la historia que un lejano día agitó Bill Shankly, aquel de "El fútbol no es una cosa de vida o muerte, sino algo mucho más serio".

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