Chupinazo a la orilla del Manzanares

Osasuna alcanzó la final en un partido que manejó con astucia en el primer tiempo y dejó morir en el segundo. Liderado por Pablo García, un jugador capaz de mover el balón, los compañeros, los nervios de los rivales y todo el clima ambiental, el equipo navarro se mete en su primera final de Copa y se pone a tiro del primer título nacional de su historia. Muy en lo que los clásicos definían jugar a la uruguaya (de acuerdo a la leyenda canchera que implantó Nasazzi, lejanísimo capitán de la celeste) Osasuna salió pegando y destemplando al rival. El Atlético picó desde el primer momento. Se salió de sus casillas y no jugó.

Claro, que tampoco tiene mucho con lo que jugar. Ferrando se ha pasado el año en dudas, confiando en unos y en otros, retirando la confianza a unos y a otros. Al final, si cierras los ojos, el Atlético de Ferrando se queda en el buen trío Leo Franco-Pablo-Perea, en la guerra solitaria del Niño Torres y en alguna cosita de Antonio López o Colsa. Y todo ello, deslavazado y escaso. Demasiado poco ante un Osasuna concienciado y comprometido, bien articulado en torno a Pablo García, determinado a que allí no se jugara al fútbol, ni por unos ni por otros. Determinado a dejar que pasara el tiempo, que corría a su favor por el gol de la ida.

Feo colofón de unas semifinales que sólo han dejado un gol en cuatro partidos. Pero en un lado había un plan, en el otro no había nada. Por eso en un lado hay ahora la alegría de una ciudad que ha apuntado en rojo en su calendario la fecha del 11 de junio, día de la final, y en el otro hay desencanto, desconcierto, impotencia. En la Liga, el Atlético encabeza la segunda mitad de la tabla, a siete puntos de Europa. La Copa se presentaba como una esperanza de pasar de la nada a algo grande, pero se ha convertido en el paso de la nada a todavía menos. Y lo peor es que ya la afición no cree que los que llevan el club tengan soluciones para esto.

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