...y Anoeta gritó "¡Barça! ¡Barça! ¡Barça!"

Me preguntaba anteayer un aficionado cómo podía estar yo tan seguro al escribir que el Barça ganará el último día en Anoeta. La respuesta llegó al final del partido del sábado, cuando Anoeta empezó a gritar "¡Barça! ¡Barça! ¡Barça!". Fue el desahogo por la derrota, que quizá consideraron injusta, desde luego imprevista. Y que venía a engordar la decepción por aquellos seis minutos en los que la Real hizo mil kilómetros en un mismo día para perder en seis minutos un partido que tenía empatado. (Por culpa de un cabeza de chorlito que no tuvo otra ocurrencia que llamar a Gara en pleno partido para anunciar una bomba inexistente).

Aun dejando a los protagonistas directos aparte (y Amorrortu y Riesgo ya se han pronunciado) la propia masa social de la Real vería con malos ojos que su equipo le quitase el último día la Liga al Barça para dársela al Madrid. Ese es el ambiente en la ciudad, y ¿qué equipo, sin nada en juego, puede enfrentarse a su afición, además de a un equipo potente y supermotivado? Así son las cosas en el mundillo del fútbol, que en este caso mezcla rivalidades puramente deportivas (los encontronazos entre la Real y el Madrid en los ochenta fueron sonados) con una solidaridad periférica de territorios reclamantes del hecho diferencial.

Y aunque esta circunstancia no constituya un elogio a la deportividad, no hay que escandalizarse por ello. Forma parte de las turbulencias que mueven y animan el fútbol y del largo tren de dificultades que acompañan de siempre al Madrid. Florentino suele quejarse de que contra el Madrid todos dan el máximo. Pero es que siempre fue así. Haber sido el mejor con más frecuencia que nadie y llevar el nombre de la capital comporta esas desventajas. Pero el verdadero handicap son siempre los errores propios. Este año, por ejemplo, haber reforzado al Barça con Etoo. Y todo porque la tercera plaza de extranjero se había gastado en Samuel.

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