El viejo dinosaurio está agonizando

Hace poco saltaron las alarmas en el fútbol inglés: el Arsenal, el viejo Arsenal para el que Herbert Chapman inventó hace ya tantos años la WM, el equipo del barrio obrero de Londres, esencia pura del ensoleradísimo fútbol inglés, había jugado sin un solo jugador británico en su filas. Ni en el campo ni en el banquillo. Ni inglés, ni escocés, ni galés ni irlandés. Todos continentales, o de allende los grandes océanos. Es el caso más extremo de una tendencia que ha ido despoblando de jugadores ingleses la propia liga de los inventores. Eriksson sólo dispone de setenta jugadores para hacer su selección, que el sábado se enfrenta a Irlanda del Norte.

¿Qué ha pasado? Que la televisión de pago ha ido inyectando mucho dinero en los clubes ingleses y éstos se han hecho compradores. Han buscado estilo y variedad, cosas que difícilmente produce el fútbol local. Los ingleses aún tienden a practicar el fútbol como lo inventaron: un juego físico, de pierna fuerte, patada larga, carrera, choque, carga, cabeceo, vigor... No salen jugadores que distraigan, que engañen, que la escondan, que la burlen. Hubo uno, Stanley Matthews, tan extraordinario allí que jugó en Primera División hasta los cincuenta años. Lo amaron y lo conservaron como una especie protegida, pero a nadie se le ocurrió imitarlo.

A mí el fútbol inglés siempre me produjo sensaciones contradictorias. Aquel estilo un poco troglodita me dejaba que desear, pero al tiempo me gustaba verlo, como fuente original de la que vino después todo lo demás. Y porque ese juego, un poco ingenuo, era también santuario de las viejas virtudes deportivas: nadie protestaba, nadie fingía, nadie reclamaba tarjetas para el rival, nadie perdía tiempo, los árbitros no hacían el mamarracho... Esas virtudes las está aventando la afluencia masiva de ese fútbol exterior. Más pleno, pero también más tramposo. Y me da pena. El viejo fútbol inglés ahora hay que verlo en la First División, o más abajo.

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