La pelea entre dos primeros de la clase

Líder de nuestra Liga contra líder de la Premier. La verdad, a priori el Chelsea impresionaba. Llegaba rodeado de un halo de equipo extremadamente eficaz, dificilísimo de batir, con un balance entre goles marcados y encajados impresionante. Claro que, bien mirado, lo del Barça también es para tenerlo muy en cuenta, lo que pasa es que lo tenemos más cerca. Pero el ritmo de puntuación que lleva en la Liga este año es impresionante: hagan el ejercicio de compararlo con los puntos que llevaba el líder a estas alturas el año pasado, o el anterior, o el anterior del anterior y lo comprobarán. Se enfrentaban dos estilos además de dos ligas.

Y a la hora de la verdad el Chelsea dejó poco sabor. Un cierto orden en el primer tiempo, dos contraataques, uno de ellos, me parece que con arranque en fuera de juego de Duff, terminado en un autogol. El juego rácano y eficaz del Oporto, de la Grecia de la Eurocopa, frente al estilo artístico del Barça, juego generoso y de inspiración. ¿Sería posible que se impusiera el Chelsea? Pero el equipo del farruco Mourinho se descompuso con la expulsión de Drogba, en la que para mí que se le fue un poquito la pinza a Frisk. Pero el efecto fue excesivo. Un equipo de verdad bueno no se desencuaderna así sólo porque se quede con diez.

Y el Chelsea se desencuadernó, bajo el peso de un fútbol magnífico del Barça, con sacrificio para presionar arriba, movimiento continuo de desmarque en, técnica para aprovechar los resquicios y dos puntas poderosos ante el gol: el conocidísimo Etoo y Maxi Rodríguez, seminuevo en esta plaza. Ellos fueron el abrelatas que forzó dos veces la muralla del Chelsea, premio a una fase de juego brillante que inundaba un área poblada de camisetas blancas afligidas, con Cech manteniéndose fuerte a su espalda. Al final la cosa se quedó en dos. Sólo un dos a uno. No es un resultado excelente, pero ahora sabemos que el Chelsea no era tanto.

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