El caso del árbitro alemán corrupto

Un árbitro golfante tiene convulso y avergonzado al fútbol alemán, que se encamina a organizar por segunda vez el Mundial. El prenda se llama Robert Hoyzer, y conviene retener su nombre para la pequeña historia mundial de la infamia, apartado fútbol. Joven prodigio del arbitraje, engominado, chuleras, vividor de la noche, insensato a la hora de exhibir signos externos de riqueza en forma de coches y compañías caras, lo que dio a sospechar. Una vez atrapado, hundido en lágrimas, confesando todo y avisando que había cómplices, a los que podría delatar a cambio de un mejor trato para sus culpas. En fin, un verdadero miserable.

Algunos amigos me han preguntado si eso aquí también pasa, y les digo que no. Yo suelo ser crítico con el arbitraje español, al que encuentro debilidades con frecuencia, pero hace años que no tengo ninguna duda sobre la estricta honradez de nuestros árbitros. Lejos queda aquel caso de Guruceta, al que la UEFA encontró culpable de haber amañado un partido Anderlecht-Nottingham Forest, semifinal de UEFA de 1984. (El propio Anderlecht confesó en 1997 haberle entregado 18.000 libras; para entonces Guruceta ya estaba fallecido). Curioso: aquel árbitro también había sido joven prodigio, pintón y famoso prematuro.

Será por eso que me prevengo tanto contra los árbitros (o liniers) que buscan la fama fácil, contra esos que actúan de forma llamativa o provocativa, con el aire de vedettes del espectáculo. Tras ello se puede pensar que sólo haya simple fatuidad, pero la experiencia me indica que lo que hay con más frecuencia son prisas por enriquecerse. Hacer el nombre famoso para rentabilizarlo después, vía una tienda, una empresa, unos anuncios o Gran Hermano VIP's. Esas prisas por ganar dinero pueden ser legítimas, pero son peligrosas para un árbitro en un mundillo que rebosa tanto de dinero como de espabilados dispuestos a manejarlo.

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