No dejo de sentir nostalgia por el Depor...

Pasó el sorteo y no dejo de sentir una nostalgia por el Depor, que no estaba en el bombo. La aventura del Depor en estos tiempos recientes me parece una de las más fascinantes que he vivido en tantos años de aficionado. Que este club, al que conocí cuando era uno de los varios a los que se cargaba con el remoquete de equipo ascensor (subían un año, bajaban al siguiente), que después de eso sufrió una larga abstinencia de ascensos a Primera, haya sido un grande de Europa de forma sostenida me parece un fenómeno relevante y edificante. Esas victorias del Depor en los principales escenarios europeos me han llenado de admiración.

Ahora no está y muchos tememos que a Lendoiro se le haya acabado la gasolina. Lo suyo ha sido un milagro económico continuado pero se diría que ya no hay más puertas a las que llamar. Sin embargo, el Lendoiro que habla hoy en este periódico no parece un hombre derrotado y sin salidas, sino alguien que maneja planes para impedir que su club se apee de esa condición de asiduo de la Champions. Ya mira en el bosquecillo de los fondos de inversión que vuelcan dinero en la contratación de jugadores y espera que la nueva factoría de Abegondo dote a su club por fin de una buena cantera. No se rinde. Quiere que lo de ahora sólo sea un bache. A Lendoiro le distingue de otros presidentes que siempre quiso ser lo que es. En realidad, siempre lo fue. Anda en esto desde los doce años, en el colegio. Lleva en la solapa la insignia del Ural, el primer club modesto que presidió. Hizo un grande del Liceo de hockey sobre patines, y luego del Depor. Es un vocacional. No un millonario que extiende su actividad a la presidencia de un club cuando ya ha triunfado en la vida, como muchos de sus colegas. Sabe cosas que los demás no saben y hallazgos como Rivaldo, Bebeto o Mauro Silva avalan su magnífico olfato para fichar. Que siga con ganas e ideas hace pensar que al Depor aún le queda recorrido.

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