Hoy nos alcanza el fracaso de los hombres

La emoción de unos últimos minutos de un partido empatado dio paso a una situación de perplejidad, rabia, impotencia. Ni partido ni nada: todos a la calle porque hay una llamada a Gara informando de que hay una bomba en algún lugar del fondo Norte. Una situación extremadamente peligrosa en sí, con o sin explosión, porque las salidas precipitadas de estadios de fútbol han producido algunas de las mayores matanzas de los tiempos modernos. Pero las autoridades y el Bernabéu respondieron con eficacia al desafío. En ocho minutos, 75.000 personas estaban fuera, sanas y salvas. Es el lado bueno de este infame suceso, de esta broma macabra.

El lado malo es que una vez más se pone de manifiesto lo sencillo que es alterar la vida de las buenas gentes, sea cuando salen de puente sea cuando van al fútbol o a un supermercado o a donde sea. A veces no hace falta ni siquiera una bomba, sino sólo la sicosis en que vivimos por la frecuencia de casos en los que la bomba sí existió y estalló, dejando tras de sí un rastro de destrucción y de muerte. No fue el caso de ayer. Detrás de la llamada no había nada pero, ¿cómo ignorar una amenaza así? ¿Cómo correr el riesgo de una explosión en un estadio atestado? La llamada ha sido verdad demasiadas veces, demasiadas dolorosas veces, como para desdeñarla.

Acostumbro a decir (la frase no es mía, pero no recuerdo ahora al autor) que las primeras páginas de los periódicos suelen estar ocupadas por los fracasos de los hombres. Que para encontrar los éxitos de los hombres hay que acudir a las páginas de deportes. O, directamente, a los periódicos deportivos. Pero hoy el fracaso de los hombres alcanza también la portada y las primeras páginas de este periódico deportivo. Felizmente, un fracaso menor. Una bomba sin bomba, una evacuación impecable, una gamberrada elevada a categoría de suceso por la sicosis en que vivimos. Pero lo bastante como para echar páginas atrás los golazos de Ronaldo y Nihat.

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