Primera | Real Madrid 2 - Valencia 3

El Valencia revive la Liga

El líder mejoró su juego, pero tropezó con un equipo resucitado. Villa, por dos veces, y Arizmendi sentenciaron. Los goles de Raúl no bastaron

Todo cansa. Incluso las gambas a la plancha. La repetición, hasta de los placeres más sublimes, aburre. Y eso provoca el abandono o la perversión. En bastantes ocasiones regresamos a lo vulgar como quien vuelve a casa después de un largo viaje. Empezamos suspirando por lo exclusivo y acabamos añorando lo cotidiano. Sucede también con el Madrid y con los madridistas. Llegados a este punto, a estos cuatro puntos, los aficionados echan en falta las victorias corrientes, aquellas. El buen fútbol, consigna fundamental, pasa a un segundo plano cuando el tiempo apremia y recordamos que a las en punto hay carrozas que se convierten en calabazas.

Hay que admitir que al Madrid le ha abandonado el ángel. Ayer recuperó el buen fútbol a ratos, pero ya no tiene el viento a favor, ni las musas. Lo que antes se transformaba en oro ahora es infortunio, palos, porteros, calamidades en general. Un año después, terminó la luna de miel. La suerte, buena y mala, se ajusta con el tiempo y esta suerte está ajustada. Quedan cuatro puntos pelados de fortuna. Seguramente, la diferencia real entre Madrid y Barcelona.

En cierto modo, la reflexión anterior también sirve para el Valencia. Lo suyo no podía ser. Ni siquiera el desorden de los despachos podía destruir tanto talento. Tampoco el comandante entrenador. Los buenos jugadores afloran y en ese equipo rebosan y hasta se sacrifican. Sólo faltaba una gran victoria para que llegaran otras, el famoso ajuste. Faltaban, en concreto, el Barcelona y el Madrid.

Y no hablo únicamente de fútbol. El impulso de la Copa no sólo ha mejorado el juego del Valencia, también le ha valido para recuperar la buena estrella y el viento a favor. Es decir, la suerte.

Anoche, conforme con el resultado, el Valencia se encerró en su área para defender el empate. Así estuvo durante un agónico cuarto de hora, el último, hasta que Miguel, en el minuto 88, buscó aire enviando un balón al incierto desmarque de Arizmendi. Entonces se alinearon los astros y los que no lo son. Cannavaro calculó mal y salió al corte sin piernas y sin cabeza. Ni tocó balón ni rozó jugador en el único momento que se le hubiera perdonado, pues servía a su patria y al marcador.

Arizmendi debió notar la brisa del tren que descarrilaba, el expreso de Nápoles. Y en ese instante detuvo el tiempo. Estirado e impasible, controló y se puso a observar. En el intervalo de un parpadeo descubrió a Villa tapado y a Casillas destapado, más atento al pase de la muerte que al tiro de gracia. Por ese agujero coló el balón Arizmendi, entre el babor del portero y el trinquete del barco. Es necesario ser muy bueno para imaginar semejante solución y hay que ser magnífico para ejecutarla con precisión. Que no digan que Arizmendi no tiene gol: los tiene así.

Méritos. El partido encontraba un desenlace exagerado, lo reconozco. Tal vez el empate hubiera premiado mejor los esfuerzos de cada cual. Para muchos, el arreón final del líder merecía una victoria. Pero lo cierto es que sobrevivir a ese asedio también fue una conquista. Porque el Valencia no se enfrentó a la cara B del Madrid, la de Riazor. Jugó contra lo mejor y lo peor de ese equipo. Se midió, por ejemplo, a un buen Raúl y a un Guti notable. A un Pepe excelente. Y al mismo tiempo se vio beneficiado, como todos, por un esquema asimétrico que se congestiona por el centro (mil pérdidas en esa zona) y que carece de apoyos por las bandas. Añadamos ahora la ausencia de un delantero centro como Van Nistelrooy.

Cierto que Schuster alineó a sus dos mejores laterales ofensivos, Sergio Ramos y Marcelo, pero encomendarles a cada uno una banda entera sigue siendo una desproporción. Por lo demás, el técnico, que ya debería saber que sus centrales más aptos son Pepe y Heinze, se tropezó en el centro del campo con la cruda realidad: falta imaginación, ritmo, jugadores. Gago eleva al equipo, pero no lo bastante. Sneijder es un sidecar sin moto. Más arriba, Baptista volvió a ser una sombra gigante.

Durante la primera parte, el Valencia ganó la batalla del centro del campo. Si no culminó esa superioridad es porque a la altura del área entraba en incoherencia existencial. Villa se inclinaba demasiado a una banda y sus pases envenenados buscaban a Villa, que era él y no estaba allí.

Tuvo que reordenarse el mundo para que marcara por fin. El Madrid perdió el balón en plena estampida desde su área y Silva asistió a Villa, que se cruzó con los defensas blancos como un coche suicida. Cuando se tropezó con Casillas lo encontró indefenso y lo batió sin ninguna piedad.

Dolió el golpe, pero el líder empató al minuto. Helguera, que había entrado por el lesionado Marchena, fue el protagonista. En la víspera confesó a nuestro compañero Tomás Guasch que Raúl se lo había dado todo y, como las palabras las carga el diablo, ayer le devolvió un pedazo. Robinho centró desde la izquierda y Raúl cabeceó sin saltar, sin mirar y sin la menor oposición de Helguera, que era su marcador.

En la segunda mitad, Raúl pareció sentenciar el partido. Fue otro gol de oficio, casi artesanal. Guti buscó al capitán como el que recurre a la autoridad competente. El pase era perfecto porque su activación no requería más que ingenio, ni velocidad, ni potencia. Y eso hizo Raúl, golpear con los años de área, colocadito, como si en lugar de con la pierna empujara la bola con un palo de golf.

En otros tiempos, el visitante del Bernabéu hubiera llegado justo hasta ahí. Pero algo ha cambiado. Y el público lo presiente, por eso se incomoda. En pleno intento por remontar se escucharon pitos contra Baptista, al que no se acepta, y contra el juego del equipo, al que no se entiende. Sólo Pepe, ovacionado en sus formidables arrancadas, es capaz de levantar el entusiasmo del Bernabéu. Un central.

Resistir. El Valencia no se rindió. Baraja mejoró al equipo y Morientes le dio forma. No obstante, Cannavaro volvió a resultar fundamental. Silva intentaba controlar un balón en el área cuando fue arrollado por el italiano. Incompresible y absurdo. Hiperhormonado. Villa marcó el penalti.

Dicho está que el Valencia se encerró entonces y el Madrid se aplicó en el asedio. Higuaín, que tiene un problema con su estilista y ahora se peina como un tanguero, gozó de una ocasión doble y fabulosa, pero se estrelló contra sus fantasmas y contra Hildebrand. Después tropezó con el poste. El alemán desvió luego un cabezazo de Raúl y Helguera sacó antes bajo palos.

Al escuchar esos cañonazos contra el Valencia pensamos que así se anuncian los equipos que están por ganar. Y, por una vez, acertamos. El Valencia ha resucitado en buen día y ya no recordará nada. También le ocurre al Madrid. Olvidó de pronto.

El detalle: Figo lo vio en el palco de Raúl

El palco privado de Raúl contó con un invitado especial: Luis Figo. El portugués, amigo íntimo del capitán, aprovechó que el Inter de Milán jugó el sábado para viajar ayer a Madrid y ver a su ex equipo. Figo siguió el partido junto a la familia de Raúl y, como ellos, disfrutó con los dos tantos del 7.