VOLCÁN EN LA PALMA

Familias palmeras en apuros

La erupción de La Palma ha dejado en una situación muy complicada a muchas familias de la isla. Sin casa, sin trabajo y sin certezas. Duro volver a empezar.

Santi Castañeda

El desconcierto y la resignación se apoderan de los vecinos del pueblo de Tazacorte que, con ánimo de tomar aire e intentar olvidar por un rato el volcán, asoman a una de las terrazas con vistas al mar. A cada paso que dan resuena el drama. La familia que ha perdido la casa... Un ¿Cómo están ustedes?... El Abrazo para tus padres... No hay respiro ni consuelo.

Ni siquiera para el joven Cristian González. Veinticinco años. En búsqueda activa de trabajo, pero sin fortuna. Incluso antes de la erupción. Convive desde hace tres semanas con sus padres y abuelos en Tijarafe en una casa prestada por unos conocidos alemanes. Mientras tanto, su pareja y su hijo Ian, de tres meses, comparten apartamento en Tazacorte junto a otros cuatro familiares. El tiempo sigue corriendo y las cosas no mejoran.

"Con el volcán se me han ido los veinticinco años de mi vida. De golpe. Es muy duro... La casa donde me crié, el colegio donde estudié, la iglesia donde se casaron mis padres y donde yo hice la primera comunión... Nada de eso existe ya... Y ahora me veo sin nada... Sin trabajo, con un niño, mis padres enfermos... Vamos tirando de lo que va dando la huerta... Solo pido una ayuda para volver a empezar", relata con amargura González. Su vida estaba en Todoque. El pueblo desapareció bajo la lava.

"Con el volcán se me han ido los veinticinco años de mi vida. De golpe..."

Cristian González, vecino de Todoque

La erupción ha parado gran parte de la actividad en el campo en la zona. "¿De qué nos sirve que se aprueben todos esos millones de euros si la ayuda no nos llega directamente?", reclama indignado una y otra vez González. "Antes te salía algo en una platanera, limpiando las huertas de los vecinos y uno iba escapando... Salía de caza los jueves y los domingos y tenía algo para comer... Ahora, con todo cerrado, ni siquiera eso", añade resignado. Pudo salvar a un perro ratonero y catorce podencos que tenía en la finca. Otro se asustó y escapó. No lo ha vuelto a ver. "Ahora tengo diez porque no puedo mantenerlos a todos. He tenido que dar alguno a algún amigo. Sin dinero no puedo hacer un corral para mantenerlos", explica.

Los perros de Cristian González comen en un patio de la casa prestada en la que se aloja temporalmente con sus padres y abuelos. Cristian González

Encontrar trabajo se ha puesto realmente complicado en La Palma. Muchos empleados viven pendientes de una llamada. De un reunión de última hora. Pendientes del ERTE. Baja la ocupación turística y se pierden empleos directos e indirectos. "Hasta ahora hemos aguantado por todos los expertos que han venido, la policía, la guardia civil, todos los periodistas, pero ahora se nota que ha bajado mucho. Cerramos unas semanas porque ya no compensa tener el restaurante abierto", comenta un camarero en Los Cancajos, zona turística por excelencia de la isla. El personal de varios hoteles de la isla también ha recibido notificación de suspensión temporal de empleo.

"¿De qué sirven todos esos millones de euros si la ayuda no llega directamente?"

Cristian González, vecino de Todoque

"Aquí en La Palma somos muy del qué dirán, pero es así... Yo he decidido abrir una cuenta para que, el que pueda, me ayude... No pido más que algo para volver a empezar", cuenta González. Él, como otros, ha pensado en empezar de cero en otra isla. "No me da para salir", apunta resignado.

El suyo es el rostro a la extrema situación de muchas familias afectadas por la erupción. Pero es el caso también de Dácil, que vive con sus hijos, su marido y otros dos familiares desde hace semanas en una caravana en Los Llanos de Aridane. O el de Margaretha y Luis, la pareja de ancianos que se refugió en su pequeño barco atracado en el muelle de Tazacorte.

Palmeros en apuros. Desalojados y desubicados. Golpeados por la dureza de una situación extraordinaria. Necesitan un empujón. Necesitan volver a empezar.

Margaretha (80 años) y Luis (90), en el barco donde viven desde que comenzó la erupción en La Palma. JORGE GUERRERO (AFP)