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La nueva vida de la última cabina telefónica de Barcelona

Raúl Sanchidrián

La cabina 8595-A, la única que queda totalmente cubierta, se trasladará a la plaza de Meguidó para convertirse en un punto de intercambio de libros.

En España quedan alrededor de 15.000 cabinas telefónicas, pero su fin es inminente. A lo largo de sus 93 años de servicio, su uso ha ido remitiendo debido a las tecnologías emergentes hasta alcanzar un promedio de una llamada semanal. Como consecuencia, dejarán de ser un servicio universal obligatorio cuando se apruebe la nueva Ley estatal de Telecomunicaciones, "en septiembre u octubre", aunque "se mantendrán seguramente" en funcionamiento hasta el 31 de diciembre, asegura a EFE el secretario de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales, Roberto Sánchez.

No obstante, a algunas se les brindará una segunda oportunidad, convirtiéndolas en puntos de información turística, de recarga o de acceso Wifi. La última ciudad en sumarse a esta reconversión ha sido Barcelona. Telefónica ha cedido al Ayuntamiento la cabina telefónica 8595-A, situada en la calle Lledoner, para convertirla en un punto de intercambio de libros. Se trata de la única totalmente cubierta de las 500 que quedan en la localidad.

El próximo lunes 8 de marzo, los equipos técnicos del distrito de Horta-Guinardó retirarán la cabina de la vía pública y la trasladarán al depósito municipal para que el Instituto Municipal de Paisaje Urbano pueda rehabilitarla durante los próximos meses. Una vez esté lista para su nueva utilidad, se instalará de manera definitiva en la plaza de Meguidó, en el barrio de Sant Genís dels Agudells.

Resultado de una consulta vecinal en 2017

El nuevo uso de la cabina, conocido también como cross booking, se decidió en una votación popular realizada en 2017 entre los residentes del barrio. Durante la consulta vecinal, se presentaron 93 propuestas, desde convertirla en un teléfono para el civismo hasta transformarla en un punto de conexión wifi. Finalmente, se decidió darle este uso cultural.

La principal responsable de que la cabina saliera del anonimato fue Anna Farré, antigua profesora de instituto y vecina del distrito del Eixample, que comenzó una campaña para preservarla y conseguirá convertirla en parte del patrimonio histórico y urbanístico del barrio.