La nueva normalidad después del estado de alarma ha traído consigo situaciones que nunca antes podíamos imaginar. El uso de la mascarilla, el lavado de manos frecuente y la distancia de seguridad son unas medidas con las que tendremos que convivir los próximos meses, hasta que se disponga de una vacuna efectiva contra el coronavirus SARS-CoV-2.

Sin embargo, cuando no se puede contener la expansión del virus llega el momento de tomar decisiones más drásticas, como ha sido el caso de Cataluña y Aragón, con confinamientos perimetrales y regreso a lo que era la fase 2 de la desescalada. Sin embargo, en los casos de rebrotes más pequeños, también se tomar medidas a una escala menor.

Confinamiento de edificios

En los casos donde las autoridades sanitarias son capaces de identificar a los positivos y a sus contactos se puede establecer un confinamiento domiciliario, una forma localizada de cortar de raíz la cadena de contagios. En estos casos, indica Joan Ramón Villalbí, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, "se intenta que no se expanda, por ejemplo, a través del ascensor o interruptores".

El algo que, durante estas últimas semanas, se ha realizado en dos ocasiones. La primera de ellas fue en Santander a finales de junio, donde se procedió a aislar el bloque durante diez días tras confirmarse 13 casos positivos. Días más tarde sucedía lo mismo en Albacete, donde se detectaron dos brotes intrafamiliares en un mismo edificio.