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UTAH JAZZ

¿Y ahora qué pasa con Gobert?

Los Jazz terminan con sabor muy amargo una temporada en la que maravillaron en el primer tramo de la Regular Season. Rudy Gobert vuelve a estar en el centro de muchos debates.

¿Y ahora qué pasa con Gobert?
Sean M. HaffeyAFP

Hay una broma barata que circula por las redes sociales: Rudy Gobert no tiene imagen photoshopeada con la camiseta de los Lakers. Los aficionados angelinos, malcriados por concepto, huelen a caza mayor cada vez que un gran agente libre pisa el mercado; cada vez que una estrella se enfada o decepciona con su franquicia, cada vez que es eliminado antes de tiempo o colisiona en público un gran jugador… o uno no tan grande. Así que las imágenes en redes de los mejores de la NBA con la camiseta de los Lakers se convirtieron en algo tan habitual que acabaron proliferando como broma, a veces una cuestión de simple ironía. Pero todavía, muchas, en serio: por eso aficiones como la de Utah Jazz odia a la de los Lakers (también hay un este caso un conflicto cultural, distintos sistemas de valores). Y por eso es tan llamativo que con Rudy Gobert nunca pasó: no circulaba ningún montaje con la camiseta de los Lakers. No es un jugador demasiado apreciado ni demasiado querido. No general y en cuanto se pone un pie fuera de Salt Lake City.

Tampoco ha perdido siempre con buen talante, no es el más simpático del barrio, lloró ante los micrófonos por no ser elegido para el All Star de 2019 en plan el mundo no es justo y se cubrió de gloria en el inicio de la pandemia. Fue el positivo por coronavirus que lo paró todo (algo que estaba a punto de suceder en todo caso y era absolutamente inevitable)... después de haber bromeado al respecto tocando (antes de saber que había contraído el virus) los micrófonos de los periodistas para ironizar sobre las primeras y todavía tímidas medidas de distancia social que empezaba a adoptar la NBA. Su actitud provocó un amago de divorcio con la estrella joven de su equipo. O la estrella a secas, en realidad: Donovan Mitchell. Y a muchos les cargan los debates constantes sobre cómo de bueno es, cómo de influyente es, cómo de importante es y si está sobrevalorado o infravalorado. Los Aficionados de los Jazz han llevado al gran escenario, con tal de sacarle la cara, el concepto de screen assists: las canastas que logran sus compañeros de forma directa a la situación de tiro que consiguen gracias a los bloqueos de Gobert.

Que es bueno: Rudy Gobert es bueno. No vayamos a decir insensateces solo para dar a entender que no es tan bueno. Tiene ya 28 años y lleva ya ocho en la NBA. Fue número 27 del draft en 2013, una apuesta de los Jazz por sus 2,16 y su terrorífico 2,26 de envergadura que salió tan bien como mal haberle dado el número 3 en 2011 a Enes Kanter. Para febrero de 2015 Kanter estaba en los Thunder. Al turco le comió el sitio Gobert, tercero en la votación de Jugador Más Mejorado 2014-15 (por detrás de, nada menos, Jimmy Butler y Draymond Green) y nueva ancla defensiva de los Jazz para el futuro a medio y largo plazo. En octubre de 2016 firmó una extensión de contrato rookie de cuatro años y 102 millones de dólares. Antes de esta temporada, firmó una nueva extensión. Una barbaridad: 205 millones por cinco años que empezará a contar a partir de la próxima temporada. En la temporada 2024-25, Gobert cobrará 43,2 millones. Y para la 2025-26 tiene una player option de 45,9. Dennis Lindey, el vicepresidente deportivo y hombre fuerte de los despachos de los Jazz, se mostró tras la eliminación tan contento como siempre con Gobert: “Es uno de los mejores jugadores de la NBA y estamos muy felices de tenerlo en nuestro equipo”. Más le vale estar diciendo la verdad, porque va para largo.

Cuando nada va tan bien como parecía

Después de sus lágrimas en 2019, Rudy Gobert ha sido all star en 2019 y 2020. Ya ha entrado cuatro veces en los All NBA Teams (los quintetos de la temporada). Y, claro, es tres veces Mejor Defensor (2018, 2019, 2021), cinco veces integrante del Mejor Quinteto Defensivo y un jugador que la pasada temporada promedió 14,3 puntos, 13,5 rebotes y 2,7 tapones. Y tuvo el mejor +/- de la regular season (+728) con mucha diferencia. Los Jazz fueron el equipo con más victorias (52-20, proyección de rondar las 60 en una temporada regular normal) y tuvieron el mejor net rating (+9, casi tres puntos por encima de Phoenix Suns) con el cuarto mejor ataque y la tercera mejor defensa.

Es para estar muy contentos, ¿no?

Pues no. Los Jazz han desperdiciado un 2-0 contra los Clippers, que: 1) eligieron ese lado del cuadro, así que prefirieron enfrentarse a ellos en el camino a la primera final del Oeste; 2) Se han convertido en el primer equipo que remonta dos veces un 2-0 en playoffs y 3) No tuvieron en toda la serie a Serge Ibaka y se quedaron sin Kawhi Leonard en los dos últimos partidos.

Era un año para dar el salto adelante. En 2020, los Nuggets les remontaron un 3-1 en primera ronda… pero no estaba Bojan Bogdanovic, lesionado. Desde la llegada de Quin Snyder, en 2014, son cinco años seguidos en playoffs pero ninguna final del Oeste. Este año, las lesiones y zozobras por todo el mapa de la Liga habían abierto de par en par las puertas a equipos como, precisamente, Utah Jazz. Pero no ha podido ser. Después de un 72,2% de victorias en Regular Season, los Jazz se despiden con cuatro derrotas seguidas en segunda ronda. Sin saber qué habría pasado si no hubiera estado lesionado Mike Conley y mermado (o también lesionado, en realidad) Donovan Mitchell. Y con las primeras dudas acechando a Snyder aunque, claro, haya dado más la sensación de que no tenía con qué probar alternativas que de que no quisiera hacerlo.

Y los Jazz quedan en un extraño limbo: cuando se hicieron con Mike Conley en el verano de 2019 (por Grayson Allen, Darius Bazley, Jae Crowder, Kyle Korver y una primera ronda con diversas protecciones) abrieron una ventana competitiva de dos años que se ha cerrado de manera amarga. Conley será agente libre, con 34 años cuando comience la próxima temporada y un delicado historial de lesiones pero con un enorme valor en un mercado en el que buscará al menos unos 20 millones de dólares al año. Y los Jazz, antes de sentarse a hablar con él, tienen comprometidos unos 134 millones de dólares. Casi cualquier movimientos pasa por meterse de lleno en el impuesto de lujo cuando, además, no se trata solo de Conley: parece obvio que hay que variar el perfil de secundarios y que hay que alargar la rotación. Es una posición difícil en lo material… y en lo emocional: no hay nada peor que alimentar dudas cuando van a arrancar las extensiones de Donovan Mitchell y Rudy Gobert. El escolta, con absoluto aroma de súper estrella, se llevará unos 163 millones por cinco años. Y eso que al no entrar en los All NBA Teams (voto de la prensa) no ha accedido al súper máximo de 195. Se le han quedado casi 33 millones por el camino. Gobert sí tendrá su 205x5.

Hay que ganar profundidad, músculo, defensa en las alas (sin perder tiro) y versatilidad. Y todo mientras se intenta retener a Mike Conley y no pagar una millonada extra por un equipo que, ahora mismo, no tiene forma de huir del sambenito de que es buenísimo en Regular Season… y correcto, o bueno, en playoffs. ¿Qué habría pasado con Conley y Mitchell sanos? No lo sabemos, tampoco con ellos dos e Ibaka y Kawhi también en pista. Pero en estos cincos años, cuatro veces los rivales (Warriors, Clippers y dos Rockets) han ganado a los Jazz con quintetos muy pequeños y small ball a ultranza. Hay un patrón. Hay un talón de Aquiles y los Clippers percutieron sobre él hasta que reventó.

Los Jazz han sido un grupo pusilánime, fiado a su talento, a su finura y a su tiro. Durante la temporada regular fueron el mejor equipo de tres que ha visto la NBA, por volumen y acierto. Pero, incluso en la era de la revolución del triple, vivir o morir en la línea de tres es mal negocio. Porque los Warriors y compañía, que siempre se recurre a ellos, no hacían eso: metían triples y hacían muchas otras cosas. En playoffs los rivales te rascan posiciones, jugadas, porcentajes. Las piernas se agotan y los nervios afloran. No se trata solo de lo que hacen defensas que llegan donde en Regular Season ni intentan. Se trata de que, a veces, sencillamente, fallas mucho. En el quinto partido, en su pista y sin Kawhi enfrente, los Jazz fallaron 17 triples seguidos en una segunda parte que los condenó. Un recuerdo a los 27 de los Rockets en el séptimo partido, también en su pista, de la final del Oeste de 2018.

Una buena defensa... para la Regular Season

Los Jazz controlaron la primera parte del quinto partido pero no se escaparon porque su defensa concedió demasiado. Y en el sexto, en un hundimiento para la historia, dejaron escapar 25 puntos de ventaja tras el descanso. No supieron frenar una reacción dirigida por Paul George... pero propulsada por Terance Mann y Reggie Jackson. Los Clippers anotaron 81 puntos en la segunda parte. En los cuatro partidos seguidos que les han dado el pase a su primera final del Oeste promediaron 125. En dos, repito por última vez, sin Kawhi Leonard. Eso contra la tercera mejor defensa de la temporada y el Mejor Defensor de este año y tres de los cuatro últimos. ¿Cómo es posible?

Otra vez por las lesiones, sí, pero sobre todo porque los Jazz solo tienen un plan y la NBA en 2021 no consiste en tener un plan y llevarlo hasta la perfección, que esa parece la idea central en la construcción de estos Jazz, sino en saber adaptarse, devolver golpes, tener alternativas a distintas ideas de partido. Resolver problemas. En una época en la que el ataque ha pasado a alimentarse de un flujo constante de ritmo y jugadas de acción y reacción -espacio, pases, tiros-, la defensa tiene que basarse en los mismos principios. Tener una base a partir de la que adquirir mil formas o directamente caras completamente diferentes según lo que el rival te eche encima. Así eran los mejores Warriors, así eran los Lakers de la pasada temporada.

Así han sido unos Clippers han probado todo (zonas, marcajes dobles y ajustes constantes, drop coverage) hasta que han dado con la tecla. Hasta que han vuelto locos a unos Jazz que acabaron persiguiendo sombras, fuera de sitio. En cuanto Tyronn Lue jugó con cinco jugadores abiertos, todos tiradores y sin referencia interior, el plan A de los Jazz se cayó. Y no había plan B. Sí, tuvo que iluminarse Mann de manera asombrosa. Y tuvo que hacer 22 puntos y 10 asistencias Jackson solo en la segunda parte. Pero los Jazz no supieron reaccionar. Y en lo anímico tampoco: apenas han devuelto ningún golpe de los que les han lanzado los Clippers. Más duros, más expertos, más físicos, más intensos: mejores.

Llegados a este punto el foco queda, definitivamente, sobre Rudy Gobert. Ay, Gobert. Que en años anteriores acabó pareciendo un factor negativo en playoffs, fuera de lugar y a contraestilo. De cuya extensión de 205 millones se burló de forma absolutamente cruenta Shaquille O’Neal. Junto a Mitchell, recuerdo también, los dos últimos elegidos en la selección para el All Star que hicieron los capitanes, LeBron James y Kevin Durant. Otro golpe con amarga sorna para unos Jazz obsesionados con ser legítimos. Con pertenecer.

La montaña que se derrumba en playoffs

En la serie contra los Clippers, Gobert promedió 35,7 minutos en pista, 12,5 puntos, 11,7 rebotes y 1,2 tapones. Su incidencia fue reduciéndose a medida que Lue perfeccionaba su plan de caza. Su +/- total en la serie fue positivo, pero en el sexto partido acabó siendo el peor de los Jazz, -24. En los dos últimos encuentros no puso ningún tapón, algo que no le había pasado en noches consecutivas desde… los playoffs 2020 contra Denver Nuggets. Y su figura, normalmente imponente, acabó resultando casi cómica; persiguiendo a jugadores que ya no estaban allí, torpe en la línea de tres, lento de pies en la recuperación y vendido en el aro, sus dominios. Los Jazz defendieron igual de mal contra los Grizzlies, incapaces de mantener a Ja Morant alejado de la zona. Pero los de Tennessee no tenían volumen ni estabilidad de tiro exterior para aprovecharlo.

Los Clippers sí. Cinco tiradores abiertos, contra unos defensores incapaces de proteger la primera línea en uno contra uno (Reggie Jackson, por ejemplo, abusó de Jordan Clarkson, el Mejor Sexto Hombre del Año), entraban en la zona y esperaban los movimientos de un Gobert angustiado, como un tentetieso, para reaccionar y castigar: si llegaba tarde eran puntos fáciles cerca del aro, si recuperaba a tiempo dejaba a un tirador liberado, normalmente en una esquina. En ese sexto partido, los Jazz hicieron un 12/16 en tiros en los que Gobert era directamente el defensor. En la segunda parte, un 15/19 (79%) con el francés como defensor director o hombre más cercano del anotador. No fue todo culpa de Gobert, desde luego. Se cayó el plan de Snyder y abrumó la poca destreza (contando con, por enésima vez, las lesiones) de los exteriores de los Jazz. Pero Gobert es el Defensor del Año y otra vez no pudo ser una influencia decisiva (no para bien). Algo falla. El mejor de la NBA actual, seguramente, a la hora de proteger el aro, no es de elite en el resto de apartados. Y eso se paga en playoffs. Eso abre puertas a los rivales. Eso no se puede consentir si vas a tener un contrato de 205 millones a partir de este verano.

Porque, además, Gobert no tiene tiro pero tampoco movimientos solventes en el poste. No puede castigar al rival por jugar sin pívots, no puede ser la contraofensiva de Snyder para obligar al entrenador rival a volver a un formato estándar. Y eso, sus limitaciones en ataque, es un problema igual de grande que el hecho de que sea un defensor realmente determinante solo en un plan de juego. En total, unas cosas con otras, Gobert se acaba convirtiendo (en ese esquema, con esos compañeros) en víctima perfecta. No manda, no domina, no impone, hace aguas. Volvió a suceder y volvió a resultar extraordinariamente evidente.

Siempre ha habido en la NBA anotadores que meten mucho pero se les considera peores que otro buen lote de jugadores porque les falta otro montón de cosas. Del mismo modo, un intimidador de elite no puede ser considerado un defensor de elite en playoffs solo por eso. Draymond Green, la antítesis de Gobert, lo explicó así. Y en el Bucks-Nets, en paralelo, Brook Lopez encontró formas de producir, aportar, estar muchos minutos en pista a pesar de los quintetos ultra pequeños del rival. Lopez tiene más puntos: tiene tiro, tiene movimientos al poste, pasa… y juega con compañeros que frenan a sus emparejamientos más allá de la línea de tres y que le envían a los atacantes que penetran por túneles que él puede proteger. Acabó la serie en pista… y con un tapón decisivo a Kevin Durant. Era imposible no acordarse (un poco al menos) de Gobert, de Snyder, de los Jazz.

De los 39 puntos que anotó Mann en el partido de su vida, en 30 se podía considerar a Gobert su defensor, estuviera encima de él o no. Snyder trató de equilibrar espacios y dar tiempo a las ayudas del francés dejando libre a Mann, el peor de los cinco tiradores, en teoría, que tenía Lue en pista. Cuando Mann empezó a anotar sin parar, a los Jazz les agarró el pánico: no había alternativa. Y sentar a Gobert acaba no siendo una opción cuando se trata de un jugador con ese contrato y, sobre todo, cuando no hay alternativas en el banquillo ni hay jugadores óptimos para ese estilo líquido, físico y expansivo con el que ganó Lue la eliminatoria.

Los Jazz tenían poca experiencia, poco físico, poca profundidad, lesiones desastrosas y el hábito de jugar viajando en calesa. En Regular Season ganaban casi siempre, muchas veces por aplastamiento. De hecho, tuvieron récord negativo en partidos resueltos en el alambre. Sin hábito de sufrir, no son equipo preparado para las trincheras de las eliminatorias, un ecosistema radicalmente distinto al de la fase regular, donde hay tantas noches de fogueo, tantos partidos contra rivales mucho peores, muy desinteresados o ambas cosas a la vez.

Hechos en las calderas de la analítica avanzada, los Jazz defienden bajo el mandato del Expected Value, el valor teórico de las posesiones. Unas cuentas que, con sus deformaciones puntuales, acaban saliendo rentables en fase regular: cuánto vale estadísticamente un triple de un mal lanzador, una acción en la que fuerzas al rival a tirar desde donde tú quieres… eso es más arriesgado en las eliminatorias, donde se necesita muchas veces un estilo más bélico: finalmente, no basta con intentar restar eficiencia al rival; hay que silenciarlo, someterlo, obligarlo a no anotar, poner tapones, forzar posesiones consumadas sin premio…

A los Jazz les faltan perros de presa por fuera, jugadores que realmente vayan a por el rival que maneja la bola y crea las jugadas, lo que los entrenadores llaman defensores POA (point of attack) y que en un sistema ideal combinan con los chasers, los que persiguen y secan a los tiradores. Con otros perfiles en el exterior, Gobert sufriría menos. Pero seguiría teniendo limitaciones contra pívots pequeños y móviles y seguiría aportando poco en ataque. Los rivales, en playoffs y en la situación actual, pueden convertirlo en un jugador más, uno sin gran influencia en el juego. Incluso en uno que estaría mejor en el banquillo. Eso es un problema terrible para su equipo dado el contrato que tiene firmado. Y mientras que con Mitchell hay muy pocas razones para dudar y muchas para estar satisfechos con la seguridad de su futuro en Salt Lake City, ¿puede ser un error la apuesta por Gobert? ¿Hasta que punto castiga que su valor de mercado, que es el que era, no coincida con su valor real deportivo en los momentos decisivos de la temporada? ¿Pueden los Jazz rehacerse sin transformarse o veremos un año más de este bloque y luego un cambio radical de tercio? Son muchas preguntas incómodas en un año que parecía destinado a terminar de otra manera. A un desenlace mucho más dulce. Uno que casi nunca llega aunque nunca parece demasiado lejano en el (complicado) estado de Utah.