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NBA | ANÁLISIS

Chris Paul: orígenes y redención

El base no ha podido vengarse de los Rockets en su regreso al lugar donde comenzó su carrera, pero se ha reivindicado como uno de los mejores de la historia en su posición.

Chris Paul, durante un partido de la NBA con Oklahoma City Thunder
Mike EhrmannAFP

Si hay algo que destaque en una temporada en el que hay infinidad de cosas que, para bien o para mal, llaman la atención, es la figura Chris Paul. Muy odiado en muchos estamentos de la competición, sobre todo en lo referente a ciertas hordas de aficionados, el base se ha reivindicado en un año en el que parecía estar abocado al fracaso y al exilio y ha demostrado ser uno de los mejores jugadores de la historia en su posición. Y no lo ha hecho ahora, por mucho que en ciertos sectores  se empeñen en hacernos creer que es un descubrimiento reciente, pero la nueva visión que se tiene sobre su figura permite observarlo todo desde una perspectiva distinta y con un prisma diferente al que se ha hecho hasta ahora. Atrás queda ese jugador con un talento demasiado grande para una franquicia muy pequeña (los Hornets) que pasó por los Clippers sin generar demasiadas simpatías (pelea incluida con Pau Gasol) y acabó siendo el lugarteniende de Harden en unos Rockets que acabaron prescindiendo de él cuando el hiperliderazgo de su estrella expresó ciertos deseos derivados de una discusión que se filtró a la prensa y que acabó con Paul siendo traicionado por un Morey que le juró y perjuró que no le traspasaría pero que le convirtió en el chivo expiatorio de la derrota (s) ante los Warriors y, de paso, aprovechó para contentar a su jugador franquicia.

Es posible que el aficionado medio no valore de la manera más justa a Chris Paul por unos factores obvios pero también discutibles, y dejándose llevar por un sentimentalismo meridiano que es automático y consecuente con los amores pero (sobre todo) con los odios. Paul nunca fue el enemigo número 1, menos aún en una década de haters exacerbados que han tenido víctimas constantes (LeBron, Durant, Westbrook, Harden...) y han saciado las ganas de críticas de un público que nunca se conforma y que desarrolla sus mejores sentimientos con la misma facilidad que los contrarios. Paul nunca ha sido demasiado apreciado por los seguidores españoles, ya sea por ajusticiar a España en los Juegos Olímpicos (2008 y 2012) o por choques con Pau, pero también ha generado ese sentimiento de rechazo justificado por el argumento abstracto de "no es un ganador". Sin concreciones pero con justificaciones, el sambenito ha perseguido durante toda su carrera a un base que antes de 2018 era el mejor jugador de la historia que nunca había jugado unas finales de Conferencia y que, en las que disputó, se lesionó en el quinto partido antes de dejar a los Rockets 3-2 arriba para ver desde el banquillo como la eliminatoria se acababa en el séptimo en favor de los Warriors, que se aprovecharon del colapso que sus rivales tuvieron con su propio estilo (27 triples consecutivos fallados) y se quedaron sin el sueño de un anillo que no veían tan cerca desde que Hakeem Olajuwon, radicalmente distinto de Harden en cuanto a las sensaciones que despierta en los fanáticos, estaba en la franquicia.

Hace 25 años que los Rockets no ganan un anillo que Paul nunca ha visto de cerca más allá de ese año (igual que Harden, por otra parte) y que vio aún más lejos tras su traspaso a los Thunder, cuando iba rumbo a lo que parecía un exilio forzado después de, al margen de la ya mencionada bronca con Harden, Houston cayera (otra vez) ante los Warriors después de empatar a 2 la eliminatoria y ver cómo Kevin Durant se lesionaba en el quinto. Ni así pudieron ganar y la consiguiente salida de Paul para traer a Westbrook, con ultra small ball incluido, era la última moneda al aire de un proyecto que empieza a perder luz y al que nadie se imagina levantando el campeonato el próximo mes de octubre. Por mucho que puedan, claro, ganar a cualquiera en una burbuja en la que parece que puede pasar de todo y en la que, efectivamente, está pasando de todo.

Paul no ha podido alcanzar su vendetta particular con los Rockets, quedándose a las puertas, reivindicándose también en esa serie y forzando el séptimo partido de manera tan inopinada como merecida. Los Rockets eran favoritos y dan la sensación de poder llegar más lejos en la fase final (por equipo, talento y momento del proyecto), pero OKC se ha enfrentado a ellos como a un igual y les ha llevado hasta la extenuación. Algo impensable cuando el propio Paul llegó a la franquicia después de que Sam Presti olfateara por enésima vez una oportunidad de oro que ha sabido aprovechar y se haya deshecho de Westbrook y su culto a la personalidad y de un Paul George que pasó de ver cómo se celebraba un día con su nombre que fue efectivo apenas dos meses. Westbrook pasó a ocupar el puesto de Paul en Houston mientras George ponía rumbo a tierras angelinas; en ese punto, todos pensaban que Presti buscaría un traspaso para el base y su mastodóntico contrato (inició el curso con tres años y 124 millones garantizados), pero su edad y su salario fueron un hándicap de imposible intercambio por una estrella más joven o más rondas del draft, además e las 15 que ya tienen para los próximos años.

Al final, Paul regresó a Oklahoma, la ciudad en la que empezó en su llegada a la NBA con unos Hornets que abandonaron Nueva Orleans por culpa del Katrina y en los que se dio a conocer, siendo segundo en la votación para el MVP de 2008 (detrás de Kobe) y liderando un proyecto que entrenaba con acierto un Byron Scott mejor de lo que demuestran sus dos últimos proyectos (Cavs y Lakers) y en los que compartía equipo con West, Stojakovic o Chandler, entre otros. Ni ahí tocó las finales de Conferencia, cayendo en el séptimo partido ante los Spurs en casa. Una losa que se convirtió en sainete en los Clippers y ese 3-1 de 2015 que se dejaron remontar, viva las casualidades, por los Rockets de Harden y poniendo rumbo a Texas para buscar un anillo esquivo y al que no se ha acercado en los Thunder. Eso sí, la redención ha llegado en los orígenes y Paul ha demostrado que es una leyenda de este deporte. Ha disipado dudas sobre su físico disputando 70 partidos de los 72 posibles, ha vuelto al All Star (el décimo de su carrera), ha sido el mejor de la Liga en el clutch time y ha promediado 17,6 puntos, 6 rebotes y 6,7 asistencias en su 15ª temporada en la Liga, cuajando unos playoffs de escándalo (21,3+7,4+5,3) con 35 años.

Y no acaba ahí la cosa. Al margen de récords como convertirse en el jugador más veterano de la historia en conseguir un triple-doble en un séptimo partido, Paul ha ejercido de mentor y líder espiritual de un vestuario que le ha seguido sin dudar, siendo una extensión del propio Billy Donovan y dejando jugar a sus compañeros (ha asumido menos balón que nunca) para aparecer en el momento oportuno. Su comportamiento ejemplar ha mejorado una reputación siempre tambaleante a nivel social y le ha reconciliado con un público del que se ha hecho dueño. Y deportivamente, ha liderado a los Thunder a un récord de 44-28, un 61,1% de victorias que es un porcentaje superior al que el equipo ha tenido en los tres últimos años de Westbrook sistema, con tres derrotas en primera ronda desde la salida de Durant que ya son cuatro, pero que han tenido este año la única oportunidad real de pasar de ronda.

El equipo al que la ESPN le daba solo un 0,2% de opciones de playoffs el pasado verano ha quedado quinto del Oeste y ha llevado a un aspirante al título (de segunda línea) al séptimo partido en primera ronda, perdiendo tan solo por dos puntos. La mejora de sus compañeros alrededor (Schröder, Dort, Gilgeous-Alexander, Gallinari, Adams...) ha sido superlativa y lo único que queda por discernir es si Presti le seguirá buscando esa salida que no encontró el año pasado o aprovechará lo que le quede de baloncesto (nadie sabe cuánto va a ser) para que el grupo joven siga creciendo, con una estrella de su experiencia y un entrenador como Donovan que viene de la universidad y es un hombre didáctico y que sabe tratar con los jugadores. Con el excelente trabajo del técnico, los Thunder han sido un equipo físico y duro en defensa y letal en los finales igualados, con el ataque de los tres bases que acaba los partidos (Paul, Gilgeous-Alexander y Schröder) articulando el quinteto con mejor net rating de la NBA. Un mérito estructural que va de Presti a Donovan pero que en pista ha trasladado un Paul que se ha hecho con el equipo y ha asumido cuando ha tocado hacerlo.

Los Rockets no se podían permitir perder contra Paul (menuda historia habría salido de ahí) y no lo han hecho, pero no han evitado que la gente piense que con él y no con Westbrook tendrían muchas más posibilidades este año. Ya veremos hasta dónde llegan y cuál es el futuro de su némesis en los Thunder, ese base adimensional que saca de quicio a cualquiera que no juegue a su lado pero que es, y esto es innegable, uno de los mejores jugadores de la historia en su posición. Un grande entre grandes, una estrella generacional que sigue dando guerra a pesar de la edad y que podría haber jugado en cualquier época. Paul ha vuelto a casa, se ha sentido como en casa y ha entendido una idiosincrasia que ya conocía, leyendo el momento de la situación y el rol que debía tomar y que finalmente ha ejercido con eficacia y sabiduría. Y en su regreso a los orígenes, se ha reconciliado con el público casi por unanimidad y ha conseguido una redención eternamente postergada. Y finalmente, también merecida. Eso seguro.