El anillo del 93: el Jordan divino y la amenaza del 'Gordo' Barkley
Carismático y con un físico para nada atlético, Charles Barkley tuvo una carrera de leyenda, pero cayó en las Finales de 1993, únicas de su carrera, ante los Bulls.
Un triple de John Paxson y un tapón de Horace Grant. Fueron las dos jugadas que enterraron definitivamente el sueño de los Suns, que caían en las Finales de 1993 ante unos Bulls que certificaban el primer three peat desde 1966, cuando los Celtics de Bill Russell se hicieron con su octavo título consecutivo, el noveno de los once que ganó ese equipo tan histórico como prehistórico y que dominó la NBA como nadie lo ha hecho hasta entonces. Probablemente, los que más cerca estuvieron fueron esos Bulls de Jordan, con sus seis títulos en ocho años, incluidos dos tripletes que provocaron que Pat Riley, creador de una expresión (la del three peat) que patentó y popularizó en los 80, llevándose por tanto su parte del pastel cada vez que era utilizada.
El triunfo de los Bulls fue también la derrota de los Suns, probablemente el más fiable de los tres equipos que se habían visto las caras con la eterna (y eternizada) figura de Jordan en las Finales durante los últimos años. Los veteranos Lakers de 1991, ya sin Jabbar y con lesiones importantes durante la serie, o los Blazers de Clyde Drexler y Rick Adelman no habían generado un favoritismo tan grande antes de la eliminatoria, como tampoco poseían, a priori, las armas necesarias para derrotar a un equipo en vías de confirmar su ya consabida dinastía. Antes de todo eso, Charles Barkley aterrizó en Phoenix en el verano de 1992 a cambio de Jeff Hornacek, Andrew Lang y Tim Perry en un traspaso motivado por la mudanza de la franquicia al centro de la ciudad para jugar en el America West Arena (ahora Talking Stick Resort Arena), un movimiento que vino acompañado de una estrella que llenaría rápidamente las gradas, permitiendo hacer una transición acompañada de ganancias económicas que además ponía a los Suns en el mapa y los convertía en candidatos.
Ser uno de los equipos que optaba al título no era precisamente algo a lo que los Suns estuvieran acostumbrados. En sus 24 temporadas de existencia, la franquicia acumulaba 10 récords negativos, un tope de 57 victorias en la 1980-81 y otro, en playoffs, de finales de Conferencia, lo más cerca que habían estado en la lucha por el anillo. Eso sí, a pesar de no tener una historia especialmente brillante y ningún título en su vitrina, la entidad venía de una progresión que había tenido, con Cotton Fitzsimmons en el banquillo, una pequeña etapa de relativos éxitos, traducida en cuatro participaciones consecutivas en playoffs, todas por encima de las 50 victorias, las dos primeras saldadas con finales del Oeste (derrotas ante Lakers y Blazers) y un bloque prometedor liderado por el talentoso base Kevin Johnson o del pistolero Jeff Hornacek. Las buenas vibraciones de los últimos años, unidas al vacío que los Lakers de Magic habían dejado en el Oeste, provocó que el General Manager Jerry Colanguelo viera una oportunidad y fuera a por ella: motivado por el postergado cambio de estadio, impulsó el traspaso que llevó a Barkley a Phoenix, deshaciéndose de un ídolo All Star como era Hornacek para la afición y rompiendo con la tradición del mercado pequeño que representaba Arizona, con mucho desierto y poco atractivo para los agentes libres.
No fue el único movimiento que hizo Colanguelo, que despidió a Fitzsimmons ascendiendo a su asistente, a una de las pocas viejas glorias que la franquicia había tenido. Paul Westphal jugó seis temporadas en los Suns entre los 70 y los 80 y conocía la idiosincrasia de una ciudad que mezcló las nuevas caras del técnico y Barkley manteniendo a Johnson y conformando una plantilla que mezclaba lo viejo y lo nuevo, contando con Tom Chambers (12,2 puntos por partido en la 1992-93), Danny Ainge (11,8) el problemático Richard Dumas (15,8), Cedric Ceballos (12,8) o Don Marjerle (16,9). Una plantilla de equipo campeón que le reportó a Colanguelo su cuarto premio a Ejecutivo del Año (más que nadie) dos años antes de retirarse dejando paso a su hijo Bryan y poniendo punto y final a una etapa que se había extendido tanto como la vida de la franquicia.
Con Barkley de sostén en pista y la energía de un Westphal, que llegaba con todas las ganas del mundo, los Suns cuajaron una temporada de 62 victorias (20 derrotas) en el primer año del America West Arena. La llegada del ala-pívot, uno de los mejores juagdores de la competición, catapultó a la franquicia a lo más alto de la NBA, con récord de victorias incluido y un juego versátil, veloz, revolucionario al no contar con un pívot dominante muy frecuente durante esa época y muy atractivo para el espectador. Nadie se aburría viendo a los Suns, que lideraron a la NBA en puntos (113,4), fueron segundos en porcentaje de tiros de campo (49,3%), primeros en porcentaje de tiros de dos (51,6%) y sobre todo, terceros en porcentaje de triples (36,3%), anotando (4,9) y lanzando más (13,4) que cualquier otro equipo de la competición. De hecho, tiraban cinco triples más que los Bulls, sus rivales en las Finales, más centrados en el triángulo ofensivo, el juego al poste y el uso de la zona. Arizona se convirtió en la capital baloncestística de los Estados Unidos, con Charles Barkley elegido MVP en su temporada estreno con su nuevo equipo, con el que se fue a 25,6 puntos, 12,2 rebotes, 5,6 asistencias y 1,6 robos, consiguiendo además 55 dobles-dobles y 6 triples-dobles.
Los Suns llegaron a playoffs como máximos favoritos al anillo y el rival a batir, la máxima amenaza también para esos Bulls que venían de ganar las dos últimas temporadas y con Jordan ya establecido como uno de los mejores baloncestistas de la historia. Al contrario que las dos últimos años, sobre todo el anterior, Chicago acaparaba todos los focos, y vio desde el Este como los Suns acababan con los segundos Lakers post Magic en una sufridísima primera ronda de la que ahora hablaremos (3-2 con 27,6 puntos y 14,4 rebotes de Barkley), con San Antonio en semifinales (4-2, con 26+13) y con los Sonics en las finales de Conferencia, ese techo que superaban por primera vez en su carrera. Lo hicieron no sin dificultades, contra esa plantilla liderada por Shawn Kempt y Gary Payton que poseía un estilo propio, tan bien representado por George Karl en los banquillos y que llevó hasta la extenuación a Barkley y compañía. El ala-pívot no estaba cuajando una gran serie y llegó con apenas 22,5 puntos de promedio al séptimo y definitivo duelo, en el que explotó en una de las mayores actuaciones de su carrera, probablemente la mejor: 44 puntos, 24 rebotes (10 ofensivos) en el que probablemente sea el partido más importante que jamás ha presenciado la ciudad de Phoenix, uno en el que hasta seis jugadores locales anotaron 10 o más puntos, maniatando el rebote de los míticos (y añorados) Supersonics (46 por 31) y dejando a Kemp en 19 puntos y a Payton... en 9. El resto lo hicieron el impulso de la afición y un arbitraje algo casero: los Suns lanzaron 64 tiros libres, con Barkley y Kenny Johnson (22+9) tirando más desde la línea de personal de forma combinada (38) que la totalida del equipo de George Karl (36). Algo que no quita, por supuesto, que los Suns fueron justos vencedores y que nadie pudo parar a Barkley. Pero ahí está el dato.
Los temidos Bulls esperaban en unas Finales que prometían ser históricas. Esa primera camada de equipo campeón, en el que Jordan y Pippen fueron rodeados por John Paxson, B.J Armstrong o Horace Grant, llegaba con la oportunidad de conseguir ese triplete que nadie lograba desde tiempos inmemoriables, y con todo el sainete de periodistas y analistas hablando de tal gesta y de lo buenos que eran los Suns, con un juego tan extraordinario que levantaba la simpatía de todos los aficionados en constraste con un triángulo ofensivo que para muchos empezaba a ser repetitivo. Y claro, estaba el duelo entre Barkley y Jordan, con el ala-pívot llegando a la cita un año después de conquistar con su por entonces amigo el oro olímpico en Barcelona, en ese Dream Team para la historia del que nadie se acordaría en esa eliminatoria, que lo acapararía todo. Dos hombres a los que la prensa quería enfrentar, personalizando el duelo como antes habían hecho con Magic y Drexler pero con la sensación, muy evidente en temporada regular y ligeramente menguada en unos playoffs en los que los Suns se las vieron y se las desearon, de que Barkley y compañía eran favoritos. Eso sí, en lo que todos coincidían era en que el ala-pívot estaba ante su gran oportunidad. Y las oportunidades, ya se sabe en una NBA que no espera a nadie, hay que aprovecharlas.