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Un iceberg en medio del desierto

A medida que se acerca el inicio del Mundial de Qatar se van descubriendo las dimensiones de ese iceberg que la FIFA ha elevado en medio del desierto. Si se me permite alargar la metáfora, ese enorme transatlántico que es hoy el fútbol global lleva ya tiempo realizando maniobras para no acabar hundido. La celebración de un Mundial en noviembre, en un país en el que el concepto de libertad es muy limitado, donde los derechos de la mujer siguen coartados por la sharía y el colectivo LGTBI+ es considerado ilegal y perseguido, es un capricho de nuevo rico. Es como un remake de Bienvenido, Mr Marshall pero a la inversa: en lugar de esperar a que pase en su Rolls Royce el señor del dinero y saludarlo, vamos todos a su país a bendecir sus petrodólares.

Las dimensiones del iceberg se perciben, para empezar, en el poco entusiasmo que genera la cita. Seguro que cuando llegue el momento nos emocionarán los grandes partidos, esta es la fuerza del fútbol con historia, pero hoy faltan solo tres semanas exactas para la inauguración —con un apasionante Qatar-Ecuador— y seguimos más pendientes de las ligas propias y las competiciones europeas. El parón de casi dos meses, hasta que vuelva la Liga española el 31 de diciembre, convierte este primer tramo de la competición en una suerte de pretemporada y, pase lo que pase en Qatar, la sensación es que en el 2023 el fútbol empezará casi de cero. A algunos quizá les vendrá bien el parón, como al Barça, para recuperarse mentalmente con un reset, aunque al mismo tiempo estarán atentos a lo que pueda ocurrir con las estrellas que sí estarán en Qatar, posibles víctimas de un virus FIFA de efectos oceánicos. Entretanto habrá que ver también como llenan el tiempo la gran mayoría de futbolistas que no han sido seleccionados. ¿Seguirán entrenando para mantenerse en forma o serán solo espectadores? Quizá ya es demasiado tarde, pero estaría bien que alguien organizara un breve campeonato alternativo, una especie de off-Qatar amistoso y sin tormentas de arena.