El mundo es cruel. El mundo del fútbol es ridículamente cruel. Lo que debería ser siempre un ocio compartido por millones de personas se convierte a veces en una cloaca de odio. Después de la (merecida) victoria del Paris Saint-Germain en la Liga de Campeones, una cantidad importante de aficionados franceses y de “firmas” de los medios de comunicación del país vecino se dedicó a burlarse de Kylian Mbappé. Esos individuos fueron incapaces de disfrutar del momento y, nada más acabar el encuentro, se acordaron del delantero del Madrid haciendo un paralelismo grosero entre su salida del club de la capital gala y la conquista de la Copa de Europa. Que sea a través de unos análisis futbolísticos truncados y orientados o de groseros y básicos comentarios en las redes sociales, su objetivo era vomitar su bilis.

Mbappé felicitó con elegancia al que fue su club. No se rebeló. No contestó a esos lamentables ataques. Creo que ni siquiera se le pasó por la cabeza que a lo mejor hubiera tenido que quedarse un año más en París para poder ganar su primera Champions. Mi compatriota se siente feliz en su nueva casa y sabe que este Mundial de Clubes es un regalo para sus ambiciones. Conquistar, con sus goles, el primer trofeo de esta nueva competición y marcar para siempre la historia del fútbol es la mejor respuesta posible a las burlas de los imbéciles.

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