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Cuidado con lo que deseas

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¿Cuántas veces desearía ese vecino de Vallecas que un futbolista del Madrid le clavase un pelotazo estratosférico por la ventana? Para eso están los hombres buenos como Fede Valverde, tipos de naturaleza generosa y pata dura, como aquel tango de Gardel, siempre dispuestos a convertir un córner desordenado en cabalgata de Reyes anticipada. Lo cierto es que nada sabemos sobre el destino final de esa pelota incrustada al voleón en el corazón del edificio de enfrente, aunque la intuimos anunciada en Wallapop a no mucho tardar. ¿Y si terminó impactando contra la lámpara del salón? O si golpeó en la cabeza del hijo pequeño, que ahora dice querer ser periodista para disgusto de los padres. Puede, incluso, que matara al gato de la familia, como la curiosidad… Una vez más, el fútbol nos recuerda que se debe tener el máximo cuidado con lo que uno desea.

Algo así pensaría el madridismo cuando salió la bola del Liverpool en el sorteo de los octavos de final de la Liga de Campeones. No hace nada que Florentino Pérez se lamentaba de las pocas ocasiones que había tenía su Madrid de confrontar fortalezas como el gigante rojo y, miren por dónde, el destino le regala otras dos tazas. Se las tomará con gusto, intuyo, pues no está el Madrid actual para lamentos. Pero la mueca de disconformidad no se la quita nadie, pues cualquiera hubiese preferido un Brujas o cualquier otro caramelo salado para ir abriendo apetito europeo allá por el mes de febrero, que es cuando realmente comienza la carrera de los sueños salvo para los aficionados del Barça, enfrascados a día de hoy en otro tipo de disputas con la fortuna y el dios del deseo.

Existe una ley no escrita que, asegura, las dichas y las desgracias se van compensado por sí mismas a lo largo del tiempo, aunque nada especifica sobre la duración exacta del mismo. Puede ocurrir que el Liverpool elimine al Madrid. O puede ocurrir lo contrario, con la carga extra de tormento que eso supondría para una afición deseosa de derrotas ajenas. Quizás el truco consista en no desear. Quizás la clave resida en echarse a dormir y no despertar jamás, ventajas de la conmoción que te puede provocar un salvaje pelotazo.