El martirio de Nadal

Rafa Nadal había dicho que tenía “un poco de prisa”. Se refería a recuperar la forma antes de la gran batalla de Roland Garros, a retomar ese punto dulce del inicio de temporada que le llevó a conquistar el Open de Australia y a encadenar una impresionante racha de victorias. Nadal exhibe un historial infinito de reapariciones después de una lesión, y normalmente lo ha hecho con un gran trabajo de base desde casa. Esta vez, con una fisura de costilla, no había podido amoldar tanto su cuerpo ni su tenis a las exigencias del circuito. Lo reconoció el primer día de su regreso en Madrid, donde llegó a jugar tres partidos, dos de ellos a tres sets. Y lo volvió a repetir en Roma. Por eso el miércoles, tras doblegar a John Isner por 6-3 y 6-1 en poco más de una hora, pidió pista para seguir entrenando. Tenía prisa.

Antes del partido de este jueves intuía que el nuevo oponente no le iba a dejar tan vacío. Denis Shapovalov le suele crear muchos problemas. De hecho, ya le ganó su primer duelo, en el Masters de Canadá 2017, con sólo 18 años. El antecedente más reciente había sido un duro combate a cinco sets en Australia, donde el canadiense dirigió continuas quejas al juez sobre la ralentización del juego de Rafa. Y hace un año, en este mismo Foro Itálico, llegó a disponer de dos bolas de partido, antes de una remontada de Nadal marca de la casa. Así que, a pesar del balance de 4-1 a su favor, el balear sabía que estaba ante un examen exigente. Nadal empezó desatado (6-1), luego cedió el segundo set ante la reacción del rival (5-7), pero en el tercero resurgió su principal enemigo, que no se llama Shapovalov, sino Müller-Weiss. Así se conoce el síndrome que le martiriza desde hace años. Con una evidente cojera, sin retirarse del partido por orgullo y por respeto, Rafa cedió 2-6 y dijo adiós a Roma, a las prisas… y quizá también a Roland Garros. Otra dura caída cuando comenzaba de nuevo a levantarse.