Derbis, amor y odio
¿Qué hay de atractivo en rivalizar, en ocasiones hasta la náusea, con aficionados que, además, pertenecen a tu misma ciudad o región? ¿No es una expresión de un amor mal entendido? Por ejemplo, el último encuentro entre los dos grandes clubes asturianos terminó en una tangana entre jugadores debido a una sobredimensión de los peores rasgos del provincianismo local. El asunto finalizó con varios rojiblancos sancionados que se perderán el próximo partido, justo en medio de una situación deportiva muy crítica. ¿Eso es amar a tu club? No, eso es ser Will Smith en pantalón corto.
Estas piquillas vecinales se asumen como si fueran una ley natural o una fórmula matemática de la que no podemos escapar. Se hace más grande también gracias a las ingentes horas de televisión gritada y también por las redes sociales donde el componente emotivo es muy poderoso. Lo más llamativo es ver cómo los jugadores, bajo la atenta mirada de los aficionados, repiten como un mantra, los días previos a un derbi, que no es un partido más. Para ellos es una manera (real o ficticia) de demostrar que quieren mucho a su equipo, curiosamente, detestando al otro. Parece que cuanto más desprecias al otro, más aprecias lo tuyo. Así que, "Fake it, till you make it".
Y es que demostrar amor de forma constructiva requiere esfuerzo, cabeza, constancia, inteligencia, sensibilidad, paciencia y visión de futuro. No está al alcance de cualquiera. Sin embargo, despreciar, agredir o insultar es muy fácil. Muchos se escudan en el amor para odiar. Es decir, como amo a mi club, odio al otro -que precisamente está en mi propia región-.
Pero como los seres humanos, de vez en cuando, somos animales maravillosos, hace dos días, en el derbi del noroeste (Liverpool-Manchester United), vivimos uno de los momentos más hermosos del año. Todo Anfield, en el minuto 7, cantó el legendario "You’ ll never walk alone" a Cristiano Ronaldo por la pérdida de su hijo. Es un jugador del equipo rival, ahí está la grandeza de ese derbi. Amar es de listos.