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Dentro de cuatro días, se disputa el partido con más morbo de la temporada. Dos bloques enfrentados. La aristocracia contra los nuevos ricos, el equipo de la capital de un país contra un equipo con capital de otro país. Los derechos laborales de los trabajadores de las obras del Santiago Bernabéu contra los derechos de quienes construyen los estadios de Qatar. Hay tanto dinero en este duelo que, de los dos contendientes, el Madrid es el club pobre. El PSG se permitió el lujo de rechazar 200 millones que Florentino Pérez ofrecía por Mbappé, pero la contrapartida es que Mbappé también puede no aceptar todo el oro del PSG por jugar en el Madrid. Lo bueno de ser multimillonario es que puedes dedicarte a cumplir tus verdaderos deseos.

Las conversaciones en torno a esta gran partida de ajedrez entre ambos equipos son sobre si Messi será decisivo o como siempre, si Luis Enrique tenía razón con Ramos, si Neymar jugará, y también sobre cómo gestionará Mbappé el hecho de enfrentarse contra quien puede ser su futuro club. Como aficionado y observador del comportamiento humano, siempre me pregunto qué sienten verdaderamente estos jugadores, cómo procesan este dilema interno. Por ejemplo, ¿qué se les pasó por la cabeza a Bakero y Beguiristain en la final de la Copa del Rey de 1988 entre la Real Sociedad y el FC Barcelona? Ambos, aún con la camiseta txuriurdin, ya sabían que la próxima temporada estarían en la Ciudad Condal. Si los blaugranas perdían esa final, al año siguiente no jugarían ninguna competición europea. Gracias al baño táctico de Aragonés a Toshack, el Barcelona de Cruyff (con Txiki y Bakero) pudo disputar la Recopa. Y ganarla.

El PSG lo tiene todo, pero el rico también quiere el mito y esa es una de las razones por las que desean a Zidane en el banquillo. Y también por la cosa de macho alfa de acostarte con la ex de tu rival. A los parisinos/cataríes les falta el sí de Mbapeé y el mejor camino para retenerlo es levantando esta Champions. Si pierden y quedan fuera será el jaque mate.