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Homenaje a los genios

La llamada Generación Z, que ya recolecta sus propios resultados, ha crecido familiarizada con los triunfos del deporte. Incluso sus antecesores generacionales, los denominados Millennials, han visto a España proclamarse campeona mundial de fútbol, baloncesto y balonmano; a Fernando Alonso y Carlos Sainz, brillar en la Fórmula 1; a Rafa Nadal, encadenar 20 títulos de Grand Slam; a Marc Márquez y Jorge Lorenzo, dominar en MotoGP; a los hermanos Gasol, conquistar anillos de la NBA; a talentos como Carolina Marín y Javi Fernández, triunfar en disciplinas tan remotas como el bádminton y el patinaje artístico... No es aquella bravuconada del “soy español, a qué quieres que te gane”, porque a algunas cosas ganamos y a otras no, pero el éxito deportivo forma parte de la normalidad.

No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que las victorias llegaban con cuentagotas, a través de talentos surgidos muchas veces por generación espontánea. Hubo un tiempo de pioneros, de valientes que desprecintaban puertas por las que luego han entrado muchos otros. Dos de ellos han fallecido en poco más de un mes: Manolo Santana, el primer español campeón de un Grand Slam y en Wimbledon, y Paco Gento, todavía el único futbolista con seis Copas de Europa. Los contoneos del destino han querido que Gento haya muerto el mismo día que otro deportista con menos nombre y menos palmarés, pero que también dio un salto a la leyenda, gracias a que ejecutó una genialidad de su entrenador, que en su día obligó a revisar el reglamento del baloncesto. Lorenzo Alocén fue el autor material de aquella autocanasta ordenada por el mítico Pedro Ferrándiz. Este martes se cumplieron exactamente 60 años de esta transgresora acción. Curiosa coincidencia. El mejor homenaje a un hombre que, sin ser Gento, ni Santana, también escribió la historia de nuestro deporte, de la mano de otro genio.