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El caso Djokovic se envenena

Novak Djokovic viajó a Australia con el semáforo en verde, pero cuando llegó al aeropuerto de Melbourne se lo encontró en rojo. Lo que pasó entre el primer semáforo y el segundo es lo que explica la kafkiana situación a la que se está enfrentando el número uno del tenis, y que ha rebasado la esfera deportiva para convertirse en un conflicto internacional. La luz verde llegó con una exención médica, gestionada a través del Open de Australia, que fue aprobada con el visto bueno de dos paneles médicos independientes. Es decir: Djokovic no se saltó ninguna norma, voló con un permiso legal para competir en el torneo. La exención era la única alternativa válida a no vacunarse y le fue concedida a seis jugadores, no sólo al serbio. Su sorpresa fue que, cuando llegó al Down Under, fue encerrado en una sala por la autoridad aduanera durante horas, incomunicado, interrogado, con la opinión pública pendiente, mientras que el primer ministro del país, Scott Morrison, avisaba que si los papeles no estaban en regla, Nole sería deportado. De repente, el semáforo se cerró en rojo.

El cambio de dirección vino empujado por la indignación social de la población australiana, que interpretó la noticia como un trato de favor hacia Djokovic, después de haber soportado unas estrictas restricciones durante la pandemia, especialmente escrupulosas en sus fronteras. Las quejas locales calaron en Morrison, quien, en año electoral, ha mostrado mano de hierro: “Las reglas son las reglas. Nadie está por encima”. Aleksandar Vucic, presidente de Serbia, también ha intervenido en defensa de su ciudadano, una bandera de su país. El asunto se ha enrevesado políticamente, hasta el punto de crear un problema diplomático, a la par que remueve el crispante debate sobre los antivacunas, salud pública o privada. El caso se ha envenenado. Ya no hablamos de tenis, pero Nole no rehúye el partido.