La capital mundial del ciclismo

El Mundial de ciclismo en ruta cumplió cien años rebosante de salud. Sólo hay que repasar las imágenes de la carrera profesional, con las cunetas plagadas de público, con el león local ondeando al paso de los corredores, para entender que Flandes era la mejor elección para otorgar un oro centenario. Bélgica es una de las cunas de este deporte, la casa de Eddy Merckx. Y dentro de un país eminentemente ciclista, Flandes lo convierte en una religión. La UCI, como cualquier federación internacional, tiene la meta de extender sus disciplinas universalmente, más allá de su Europa natal. Por eso denominó hace unos días a Ruanda como sede del campeonato de carretera en 2025, por primera vez en su historia para África. Pero, por encima de esta vocación, lícita y lógica, no sería nada descabellado pedir que Flandes fuera una región rotatoria en sus calendarios. El premio a la pasión. Y a la historia. Si no lo hiciera, tampoco pasa nada, porque anualmente tiene el Tour de Flandes, para muchos más importante que el propio maillot arcoíris. Una clásica de leyenda.

Jacky Durand, exciclista francés, cuenta que una vez le paró un policía flamenco y, tras reconocerle como el ganador de Flandes en 1992, le quitó la multa y le dejó continuar. Así de grande es el Monumento. Un compatriota, Julian Alaphilippe, vivirá a partir de ahora experiencias similares, si le perdonan que dejara al equipazo belga sin el oro… y sin medalla. Ni Evenepoel, ni Van Aert, ni Stuyven. Un valiente ataque de Alaphilippe a una veintena de kilómetros le dio su segundo arcoíris consecutivo, como en Imola 2020, y le asienta como un ciclista legendario. Un holandés, Van Baarle, y un danés, Valgren, completaron el podio. Fue un bello broche para un Mundial centenario. Una gran fecha, una gran sede, un gran campeón… Y un solo pero: España no estuvo.