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Una especie en extinción

Los Mundiales de ciclismo en ruta nacieron hace casi un siglo, en 1927, pero la modalidad de contrarreloj individual que abrió ayer en Flandes su 88ª edición es relativamente joven en el programa, porque no se inauguró hasta 1994, justo en una década de brillantes especialistas como Indurain, Boardman, Rominger, Olano, Ullrich, Gontchar, Zülle, Obree, Mauri… Eran tiempos en los que las cronos decidían normalmente las grandes vueltas. También una época en la que se reactivó el récord de la hora con pulsos continuos y aerodinámica galáctica. La moda de los nuevos recorridos, que han reducido las cronometradas en número y en distancia, y la certeza de que es una especialidad menos atractiva para las audiencias de televisión, aunque sí interesante para el aficionado a pie de carretera, que goza del ciclismo durante más rato, han convertido la contrarreloj en una especie casi en peligro de extinción. Todavía deciden carreras, esa es la verdad, como el Tour 2020 entre Pogacar y Roglic, o el Giro 2020 entre Tao y Hindley, pero lo habitual es que ocupen un plano secundario.

Por eso, la contrarreloj mundialista ha ganado en importancia, porque es una de las pocas ocasiones del año para ver a los especialistas frente a frente. Alguno puede borrarse por las fechas, como es el caso del oro olímpico Primoz Roglic, pero la participación suele ser de calidad. La crono belga dignificó la prueba con una portentosa victoria de Filippo Ganna, segundo maillot arcoíris consecutivo, con un promedio de 54,37 km/h, el mayor conocido. El italiano, el mejor del momento, aguó la fiesta en casa a dos flamencos, a Wout van Aert, que sigue abonado a la plata, por sólo seis segundos, y a Remco Evenepoel, que salvó el bronce con Kasper Asgreen por dos. Fue un bello homenaje a una especie protegida, la del contrarrelojista, que por primera vez compitió en domingo para ganar más realce.