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El Clásico dejó tiritando otra vez a Messi

Ausente. Por séptima vez consecutiva, Messi no pudo con el Clásico. Discutir su grandeza es ignorante; ignorar que durante un tiempo gobernó estos partidos con mano de hierro (sumó 26 goles en 38) y ahora le cuesta sería de necios. Incluso de cobardes. El partido, además, le ofreció mil oportunidades en tiros libres que son medio gol incluso para un artista que ya no está en plenitud. Messi no tuvo, sin embargo, el toque preciso. Más allá de eso, en general, sus sensaciones durante el partido no fueron las mejores. Casemiro le ganó todos los duelos de la primera parte. En la segunda, jugó de playmaker, lejos de donde se cuecen los partidos. Pero tampoco resolvió allí. Y terminó tiritando literalmente, víctima de la noche de perros que le sobrevino a Madrid. Messi ha ido de menos a más durante la temporada y su actitud, distante al inicio, ha virado en comprometida. Eso reconforta. Llanamente, el fútbol ahora le alcanza menos. El sábado tiene una revancha fantástica en la final de Copa de La Cartuja, y el barcelonismo nunca le va a dejar de esperar.

La trampa. Más allá de Messi, fue un Clásico con emoción y épica por esa cortina de agua que cayó en el páramo de Valdebebas. Y el Madrid fue un vencedor justo porque, en la primera parte, Zidane fue el triunfador. Incomodó de mentira la salida de balón del Barça, pero donde realmente esperaba como un lobo a Koeman fue en las transiciones. Así llegó el 1-0 de Benzema, la falta del 2-0 a Vinicius; y el palo de Valverde, que pudo abrir una brecha sangrante. Lo que no se le puede discutir al Barça es que ha recuperado alma. Jugó con un equipo de 25 años de media y fue víctima de su inexperiencia en algunas situaciones de partido. Pero no se abandonó. Se encontró con una oportunidad en el partido gracias al gol de Mingueza, canterano con orgullo, y peleó hasta el travesaño final de Ilaix, que en diez minutos, con más o menos acierto, disparó tres veces dentro del área. Es un jugador con un corazón enorme.

Destemplados. El final resultó una escenificación excesiva del descontento del Barça. Es cierto que, igual que alguien llamó a Martínez Munuera para revisar el agarrón de Lenglet a Ramos, nadie se puso al teléfono para insinuarle a Gil Manzano si quería mirar ‘lo’ de Mendy a Braithwaite. Pero la jugada no era escandalosa. Lo que sí resultó extemporáneo fue el papelón de Piqué dándole la turra al árbitro; y de Koeman dejando con el micrófono en la boca a Ricardo Sierra, uno de los mejores inalámbricos que ha conocido la tele. Y un señor.