Roglic da ejemplo en la derrota

El domingo nos brindó una doble jornada trepidante de ciclismo, con tres protagonistas que dignificaron este deporte, y el deporte en general: Mathieu van der Poel, Tadej Pogacar y Primoz Roglic. Los dos primeros dieron una exhibición de las suyas en la Tirreno-Adriático: uno conquistó la etapa y el otro sentenció la carrera. El tercero cedió el último día una París-Niza que tenía sobradamente atada, pero su derrota transmitió un ejemplo de belleza y amor al oficio. Voy a centrarme en el perdedor, porque su actitud ante la desgracia también es un modelo que describe a un campeón. Roglic, que llegaba líder destacado, con tres victorias en su haber, sufrió dos caídas y una avería en la etapa final, y en uno de esos accidentes se dislocó incluso un hombro. Aun así, no dejó de luchar. Primero, para intentar salvar el maillot amarillo. Después, para preservar el podio. Más tarde, para mantener la dignidad. Cuando el esloveno se sabía derrotado, siguió dándolo todo, rebasando a rezagados. Tras cruzar a tres minutos, ya fuera del top-10, buscó a Max Schachmann para felicitarle. Y el alemán le pidió disculpas.

El caso de Roglic resucitó, además, dos debates eternos del ciclismo. El día anterior, el esloveno superó al fugado Gino Mäder sobre la línea de meta, una voracidad que no gusta a todo el mundo en un deporte donde es frecuente ceder victorias para ganar amigos. El domingo no encontró casi aliados en su persecución. Una posible consecuencia de su ambición. El segundo debate, también clásico, alude a si el pelotón debe esperar a los accidentados. Más de una vez se ha hecho, pero no siempre. Nunca hubo quorum. En realidad, lo que ocurrió en Niza es la esencia misma de la competición. Un corredor no tiene que regalar nada, se debe a su equipo, a sus compañeros, a su contrato... Y las caídas integran el ciclismo, son parte del juego. Roglic vivió las dos caras. Y aceptó el desenlace con elegancia.