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Madrid: zona catastrófica

Ayer me llegó al móvil una imagen del alcalde Martínez Almeida exigiendo al Gobierno que incluya al Real Madrid como zona catastrófica. ¿Qué ha sucedido hasta llegar aquí?, me pregunté. Para tratar de averiguarlo repasé mis columnas sobre los blancos en lo que llevamos de temporada y no sé quién salió más tocado de la revisión: si ellos o yo. A principios de septiembre noté que Eden Hazard seguía posando con la camiseta exigida a la altura de la cintura, aunque eso ya no era noticia para nadie. Pero a finales de mes me vine arriba, dignísimo frente al periodismo voceras, y pedí respeto para el equipo y su historia. Como un viejo gritando a las nubes dije que los de Zidane no eran un meme, o alguna tontería por el estilo.

En noviembre, tras aquella victoria apretada frente al Huesca, regresé a Hazard. Encontré en aquel golazo suyo ecos de lo perdido tras la marcha de Cristiano Ronaldo. Describí un Madrid evocador de emociones antiguas y feliz con mi ocurrencia esperé hasta el siguiente texto donde los blancos me hicieron envainármela de nuevo. Un 3 de diciembre, como el Grinch a las puertas de la Navidad, Zidane me obligó a cambiar de discurso. El Madrid no se reconoce en el espejo, titulaba. La derrota frente al Shakhtar dejaba un Madrid abrazado a las cuerdas, con la ceja abierta en mitad de una somanta de hostias. Sentencié, como si supiera, que todo lo que había caracterizado al Madrid campeón de Liga se había esfumado. La sentencia caducó a los quince días.

A primeros de enero, coincidiendo con mi última aparición en este periódico, el equipo revivía. Habían enlazado siete victorias y un empate. Zidane, que vive horas bajísimas tras la derrota en Alcoi, parecía gastar entonces la mirada de los atletas de fondo. Habían recuperado la fuerza en defensa, la frescura en medio y la imaginación arriba. Hasta Asensio había decidido independizarse de su hermano Ausencio. Así llegamos a la Supercopa, al Alcoyanazo y al meme de Almeida hablando del Madrid como territorio devastado. Solo saco dos conclusiones de mi ejercicio: que como periodista me importa poco llevar razón y que los bandazos del Madrid revelan un problema de planificación profundo. Uno que excede la competencia del entrenador y apunta más arriba. Uno que obligará a durar más de la cuenta la transición post Cristiano y que puede conducir a la decadencia.