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El Madrid no se reconoce en el espejo

Es triste cuando un equipo se da cuenta de que no era el que creía. Algunos necesitamos cuarenta años y una mirada triste al espejo del baño del bar en el que sucedieron tantas cosas, pero en el fútbol todo va más deprisa. Al Madrid le han bastado solo unos meses y ahora camina atontado como un boxeador incapaz de encontrar su distancia. En noviembre escribí por aquí que Zidane tenía todo para replicar el equipo compacto y enérgico del curso pasado. En el golazo de Hazard al Huesca vi un latigazo salvador. Un eco de lo perdido tras la marcha de Cristiano Ronaldo. Cuando un representante cuele al próximo paquete en vuestro club, cuando os cobren demasiado por la entrada, cuando el VAR os robe el domingo, recordad que creí en este Madrid. Que no se pierda la ilusión.

Es difícil justificar la segunda derrota ante un equipo cuyo nombre nunca sabremos escribir sin buscarlo antes en Google. Por ahí hablan de las bajas y cuando lo hacen solo puedo negar con la cabeza y recordar las palabras de Benito Floro al descanso en Lleida. Poniéndolos y lo demás son tonterías. Los jugadores del Real Madrid, incluso de este a medio camino entre el futuro y la retirada, siempre están para mucho más. Y tampoco hace falta peinar la hemeroteca para entenderlo. La espléndida jugada del penalti en San Siro contra el Inter es el ejemplo. Aun sin los capos, entonces Ramos o Benzema, Zidane debería sacar más partido a un grupo con más nivel del que enseña.

Cada partido de este equipo es una pelea ingrata por reconocerse. Sin la calidad de Cristiano Ronaldo para marcar la diferencia, Zidane amarró la Liga a la italiana. Disciplina, sentido común, presión y mimo para mover la pelota en condiciones. Si no para entusiasmar al menos para guardarla. Nada de eso permanece en su propuesta y lo más sangrante me resulta lo tercero. Ya no es la falta de gol, es que el Madrid se ha vuelto inseguro hasta para pasarse el balón entre centrales. No les culpo, a mí también me atenaza el paso del tiempo. Los cambios. Las expectativas como una guillotina. En las malas, el cuerpo siempre te pide cortita y al pie, pero eso en el fútbol solo conduce al fracaso.