Un Barcelona melancólico
Un día eres joven y al siguiente te quejas porque los tomates ya no saben a tomate. Ayer, mientras decidía el tema para esta columna, me entretuve en internet leyendo chistes sobre viejos y este fue el que más me gustó. Justo después me invadieron los pensamientos pochos y acabé anunciando en el hilo que compartimos los colaboradores del AS que hablaría sobre el Barcelona. Sobre conformarse con lo que hay. Celebrar el empate y todas esas cosas que nunca veremos escritas en una taza. El de Koeman es un equipo melancólico, acompasado con precisión pasmosa al tiempo que nos está tocando vivir. Algo a medio camino entre el fulgor y el escombro. Una ruina romana. Koeman y el Barcelona son tan 2020 que asustan.
El fútbol como una medicina preventiva. Este juego va de acumular la mayor cantidad de recuerdos imborrables para contar a los nietos y ahí este Barça tiene pinta de acabar en mitad de la tabla. Pero, pese a todo, me sigue pareciendo un equipo fascinante. Uno que plantea suficientes preguntas y posibilidades como para mantenerme enganchado durante toda la temporada. Contrastes. La defensa deja espacios en los que podría aparcar un camión de siete ejes con holgura, pero al tiempo ha aparecido, por ejemplo, el talento sintético de Pedri. Koeman es como un albañil al que pides que te haga la reforma y cada vez está todo peor y encima te pide pasta para más materiales, pero, por otro lado, está el crecimiento ilusionante de De Jong. Y está Messi, claro.
Si tuviera que escoger una sola trama de los cien frentes que tiene abiertos el Barcelona, prepararía palomitas y me sentaría a ver lo que hace Lionel Messi en este ecosistema argentinizado. A su mediocre arranque de temporada le está siguiendo la anunciada mutación en el director de juego que alguna vez anunciamos. Lo dijimos por boutade y ya asoma. Un día eres joven y al siguiente te alaban que corras poco y pienses mucho, barruntará Messi. Tengo ganas de comprobar, en su caso, si el talento acaba imponiéndose a la melancolía.