I want to believe

Regresa la liga coronavírica y todo me recuerda al póster que presidía el despacho del agente especial Fox Mulder en Expediente X. El fútbol tiene la misma ventaja que los platillos volantes, es capaz de congregar a su alrededor a miles de tarados que queremos creer. La verdad no está ahí fuera sino en algún pliegue oscuro de nuestra cabeza. Por eso aquí estamos de nuevo, consumiendo un producto descafeinado, maltratado en el fondo y en la forma. Si no nos dejan ir al campo le gritaremos a la tele como el Tano Pasman. De repente nos gustan las hamburguesas de tofu y la cerveza cero cero. Volvió el fútbol por dinero y nosotros vamos a justificarlo por pura inercia. Por perpetuar nuestras rutinas. No nos culpo, como tampoco a los que encuentran placer persiguiendo objetos volantes no identificados. Seguramente no tenemos nada mejor a lo que aferrarnos.

El ambiente es tan descolorido que una persona llamada Pedri y otra llamada Trincao aparecen como combustible de ilusión para un Barcelona entrenado por Ronald Koeman. Aunque ese no es el auténtico baremo de la extrañeza, ese hay que buscarlo tomando el puente aéreo. El astro Hazard, en pretemporada eterna desde que llegó a la capital, sigue posando con la camiseta exigida a la altura de la cintura y ya ni siquiera levanta un gran revuelo. Estamos viviendo en una simulación loca. Cualquier tren nos lleva. Pero la languidez no termina en esa goma elástica que acordona Madrid y Barcelona. Existe un sentir común en todo el campeonato más cercano a la supervivencia que a la habitual ambición deportiva. Da bastante pena ver a ricos y pobres braceando en chicle.

2020 también será recordado como el año en que nos esforzamos por mantener sanos a los futbolistas por el bien del entretenimiento. Si alguna vez estuvo gastada esa metáfora del jugador como gladiador del circo romano en estos días inciertos ha recuperado toda su vitalidad. No soy dramático ni melindroso al respecto. Creo que este empecinamiento nuestro en engullir fútbol, de la calidad y baja graduación que sea, nos deja justo en mismo lugar que ocupábamos antes de la pandemia. Somos humanos y nos reconocemos en nuestras rutinas. ¿Qué podemos hacer ahora mismo sino creer? Aunque sea en un póster de pacotilla.